COMENTARIOS PARA LECTORES OCASIONALES

Inauguré este sitio con 5 artículos que ya tenía escritos, entre 2003 y 2005. Algunos analizaban un momento particluar y pueden sonar desactualizados, pero en la mayoría de los casos son hechos cuyos efectos perduran.
A partir de ahí voy subiendo mis comentarios que considero más interesantes para el público interesado en temas políticos. En general tratan temas de política internacional, de Argentina y Latinoamérica. Muy rara vez escribo sobre la política local de mi provincia, Tucumán.
Espero que disfruten del blog.

martes, 30 de octubre de 2007

AGUANTE EL DIEGO

Diego de Villaroel y Fernando Mate de Luna
Noviembre de 2003 - Publicado por el Diario EL TRIBUNO el 3 de Noviembre de 2007
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En una búsqueda de razones que expliquen el mediocre presente de los tucumanos, a pesar de ser una provincia pequeña con todas las condiciones para ser exitosa, empecé por los primeros años de nuestra existencia como tal.
Me llamó la atención un comportamiento que me pareció recurrente por casualidad -o no- a lo largo de los siglos: Tucumán fue fundada en 1565, luego trasladada y fundada nuevamente 120 años después, para empezar de nuevo desde cero. Muchas situaciones similares han ocurrido desde entonces, como por ejemplo: nuestro mayor símbolo provincial, la Casa Histórica, fue demolida y reconstruida 60 años más tarde.
Como anticipo breve de un trabajo que espero sea más extenso, quiero reflexionar sobre estos dos acontecimientos fundacionales: el de 1565 y el de 1685. Un dato de la actualidad que no tiene correlato con la historia, es nuestro feriado ciudadano del 29 de septiembre, que hace referencia a la fundación de San Miguel de Tucumán. Esto no es así: fundar, lo que se dice fundar, es la acción que realizó don Diego de Villaroel el 31 de mayo de 1565 en el paraje “en lengua de los naturales llamado Ibatín”, por lo tanto es evidente que nuestro actual feriado no se refiere a esa fecha.
Surge de inmediato la idea de que el 29 de septiembre se debe referir al traslado de la ciudad, que algunos pueden interpretar como refundación. Tampoco. El traslado de la ciudad, llevado a cabo en 1685, se venía discutiendo desde por lo menos 1678, año en que se produjo la más grave de las inundaciones producto de la crecida del actual río Pueblo Viejo (el motivo de su nombre es evidente). La fecha de la fundación de la ciudad en su sitio actual fue formalizada el 27 de septiembre, los preparativos del traslado comenzaron el 24, partiendo los estandartes con el grueso de los vecinos el día 25 “entre las 11 y las 12 del día”.
Por lo tanto, el 29 de septiembre no corresponde a ninguna de las dos fechas históricas: es simplemente el día del santo patrono de la ciudad. Es como si los catamarqueños, en lugar de celebrar el 5 de julio como fundación de su ciudad (de nuevo Fernando Mate de Luna involucrado), celebraran el 30 de mayo, día de San Fernando.
Dejando el tema de la fecha de lado, la otra gran injusticia que desde mi punto de vista ha realizado la historia con los años, es el desproporcionado reconocimiento de la ciudad a don Fernando Mendoza Mate de Luna, en detrimento de Diego de Villaroel. El impacto histórico de cada uno en su tiempo es desigual. Villaroel era un adelantado con una importante trayectoria. Participó muy joven, junto a su tío Francisco de Aguirre, en el famoso saqueo de Roma de 1527, comandado por Carlos V. Descubrió las minas de Potosí, fundó esa ciudad en 1547 y fundó personalmente nuestra ciudad, como dijimos, en 1565.
Fernando Mate de Luna, gobernador de Tucumán en 1685, ejercía desde la ciudad de Salta, y por lo tanto ni siquiera estuvo presente durante el traslado y fundación de la ciudad, tarea que estuvo a cargo de su lugarteniente Miguel de Salas y Valdez. El se limitó a dictar el auto ordenando el traslado, que por otra parte no era más que cumplir con una real cédula llegada desde España, en respuesta a una carta desesperada enviada por el entonces gobernador Juan Diez de Andino en 1679 al rey. Sin embargo, la avenida más importante de la ciudad lleva su nombre, relegando para don Diego de Villaroel una callecita de barrio de poco más de diez cuadras de largo, muchas de las cuales ni siquiera tienen pavimento. Nadie se acuerda de la fecha del 31 de mayo, ningún acto de colegio se lleva a cabo ese día.
En contraste, Buenos Aires conmemora con gran solemnidad la fracasada primera fundación de don Pedro de Mendoza en 1536, cuyo nombre figura tallado en la base del obelisco. También hay un famoso parque que lleva el nombre “3 de Febrero”, y otras menciones por el estilo. En menor medida se celebra la segunda y definitiva fundación realizada por Juan de Garay en 1580.
Lo nuestro es, por lo menos, motivo de reflexión. Si hemos interpretado nuestro pasado tan equivocadamente, ¿no seguiremos haciendo lo propio con nuestro presente?

Luis Corvalán, Tucumán, 19 de noviembre de 2003

CUIDAME DE LA PAZ, QUE DE LA GUERRA ME CUIDO YO....


Comentarios sobre Política Exterior
Luis Corvalán, Tucumán 07 de enero de 2004
Artículo Publicado en diario EL SIGLO - Tucumán

La caída del muro de Berlín en 1989 y la implosión de la Unión Soviética sucedida poco tiempo después llevó a los analistas políticos a sacar conclusiones apresuradas, oportunistas y, como se comprobaría luego, en muchos casos erradas: la muerte de las ideologías, el pensamiento único, la globalización irrestricta y varios subproductos.
El período mencionado coincidió con el gobierno de Carlos Menem y de su mano la Argentina compró el paquete completo: renunció al Movimiento de Países No-alineados, enfrió sus relaciones con Cuba, asumió actitudes despectivas con nuestros vecinos latinoamericanos, adoptó las relaciones carnales con Washington, privatizó indiscriminadamente todo lo estatal, tomamos el dólar como moneda de referencia, dejamos de reclamar por Malvinas, participamos de la Guerra del Golfo I abandonando décadas de neutralidad, y muy probablemente por esta razón fuimos blanco del terrorismo internacional.
La década del 90 consolidó a Estados Unidos como única superpotencia, provista de un formidable poder de fuego: infraestructura militar, presupuesto, tecnología y recursos humanos volcados al arte de la guerra. Como corolario inmediato de esta realidad, es evidente que cualquier enemigo que entre en conflicto con Washington no va a recurrir a una guerra convencional para solucionarlo. El poderío militar incuestionable, sumado a una política exterior irrespetuosa, prepotente y agresiva en defensa de sus intereses estratégicos es garantía de que Estados Unidos será blanco de sabotajes, actos terroristas, guerrillas urbanas, ataques bacteriológicos o cualquier otro medio de agresión no convencional.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial se logró dar a la recién creada ONU un status de peso como foro de discusión y herramienta de solución pacífica de conflictos, y más recientemente, como brazo armado de la comunidad internacional para atemperar incluso militarmente ánimos encontrados, con discutible resultado. De todas maneras, con todas sus imperfecciones, este es el mejor medio disponible para evitar que los problemas entre países y comunidades se resuelvan a tiros.
El ataque del 11 de septiembre de 2001, condenable desde todo punto de vista, ha coincidido, casualmente o no (en lo particular sostengo lo segundo), con una administración republicana manejada por petroleros tejanos, casualmente la misma procedencia de Lyndon Johnson, que llevó la guerra de Vietman a proporciones apocalípticas luego del asesinato de JFK, pero con una administración demócrata. George W. Bush, que no sabía distinguir entre Suiza y Suecia al asumir, aprovechó las circunstancias para atacar a enemigos históricos, con dudosas vinculaciones o ninguna en absoluto con los autores de los atentados. El despropósito no logró el apoyo institucional de la comunidad internacional a través de la ONU y este emprendimiento debió llevarse a cabo en una soledad diplomática sin precedentes, con el apoyo casi exclusivo de José M. Aznar y Tony Blair, que hundieron sus índices de popularidad puertas adentro a niveles de muerte política. El caso del británico es patético: a pesar de éxitos indiscutibles en temas tan sensibles como la desocupación, hoy prácticamente inexistente en el Reino Unido, una encuesta de imagen reciente lo ubica último entre 30 políticos.
Consumada la invasión a Irak sin el consentimiento de las Naciones Unidas, la guerra fue violenta y breve, con escasas bajas entre los atacantes. Luego de formalmente concluida, las víctimas entre los triunfadores empezaron a aparecer. La maquinaria de guerra se muestra torpe y a veces hasta indefensa en su rol de ejército de ocupación. Para atemperar el costo en votos que significa ver a sus muchachos volver en bolsas, George W. Bush busca ahora desesperadamente en los ámbitos que antes tildaba de inadecuados y obsoletos, nuevos socios en la peligrosa y poco épica tarea de mantener sojuzgado al pueblo iraquí hasta tanto aprendan a vivir en una democracia lo más parecida posible a las occidentales, con partidos inocuos y colaboradores con la economía de los ocupantes.
Este fin de año ha sido en Estados Unidos y Londres el más intranquilo en mucho tiempo. Muchos habrán extrañado esos años apacibles en que misiles soviéticos les apuntaban, aunque jamás necesitaron suspender actos y espectáculos públicos, reuniones y vuelos internacionales. Hasta en el Congreso se vivieron escenas de pánico en estos días. La ciudad de Las Vegas, tan apegada a celebraciones millonarias para fin de año, debió suspender sus eventos con pérdidas incalculables para productores, artistas y empresarios. Los enemigos de Estados Unidos ganaron una batalla importante desde el punto de vista del daño causado, sin haber gastado una bala, ni medio kilo de trotyl, ni sacrificado combatiente alguno. La fuerza bruta se demostró incapaz de siquiera garantizar un mínimo de tranquilidad a su poseedor.
Cuando la comunidad de naciones está llegando a grados de entendimiento trascendentes, creando un Tribunal Penal Internacional compuesto por juristas de reconocida trayectoria de diversos países, como manera de hacer cumplir tratados internacionales respecto a derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, Estados Unidos se niega a someterse a su jurisdicción, consciente de que su Departamento de Estado, sus espías y agentes encubiertos han recurrido a crímenes de guerra y violaciones de elementales derechos humanos, como lo corroboran sus propios archivos desclasificados recientemente. Esta herramienta le hubiera servido de excelente medio para juzgar y condenar internacionalmente a los autores materiales e intelectuales de los ataques terroristas de los que fue objeto su país, y le hubiera permitido disponer de un estamento militar más legítimo para perseguir, encarcelar o eliminar a sus agresores.
El problema, lamentablemente, no se limita a la búsqueda de justicia/venganza por parte del pueblo norteamericano, sino a la irracional apetencia de recursos naturales, geo-estratégicos y económicos de su clase dirigente, que aprovecha el alto grado de desinformación e indiferencia del pueblo en temas que van más allá de sus fronteras. Esta desinformación, producto de la autosuficiencia típica de los habitantes del país del norte, también es prolijamente resguardada por las autoridades mediante una descarada censura a sus medios masivos de información respecto de las imágenes y testimonios de los frentes de conflicto, censura que no es repudiada masivamente justamente por esa otra característica mencionada: la indiferencia.
A pesar del ejercito de opinadores y medios locales en Argentina que claman por un alineación automática con la superpotencia, como en los tiempos de Menem, la postura independiente adoptada por la Cancillería argentina -compartida por países como Canadá, Alemania, Francia o nuestro socio mayor, Brasil- debe ser considerada sana y prudente, dadas las circunstancias actuales.
De no triunfar este año en Estados Unidos un candidato con una visión completamente opuesta en materia de política exterior, el país del Norte habrá consolidado para este comienzo de siglo una triste paradoja: aún cuando su enemigo histórico, el único con capacidad militar para infligirle daño serio y con una visión política antagónica, ha desaparecido, los Estados Unidos lograron convertir al mundo en un lugar más inseguro para vivir que durante la tan temida guerra fría.

CRISIS ENERGETICA 2004

Gas Natural y Energía Eléctrica – Una crisis buscada.

REPRESA DE YACIRETALuis Corvalán 1° de Julio de 2004
Publicado en Diario EL SIGLO - Tucumán


Durante 50 años, los argentinos estuvimos alternando entre gobiernos civiles y militares. Cuando un gobierno elegido en las urnas no nos gustaba, se echaba la culpa al “sistema democrático” y se miraba automáticamente a los cuarteles, hasta que al finalmente aprendimos a valorar la democracia como sistema, y a los malos gobiernos distinguirlos como tales y aprendimos a hacer algo al respecto permaneciendo dentro de las leyes y la Constitución.
Algo similar ha ocurrido con los bienes del Estado. La prédica constante de nuestros liberales del subdesarrollo nos llevó a la idea de que TODO lo estatal era malo y que debía pasar a manos privadas, y que este era el único camino para obtener un país moderno y exitoso. La contradicción se evidenció casi de inmediato cuando los interesados en las primeras grandes privatizaciones eran justamente empresas estatales, pero de otros países que realmente son modernos y exitosos. Si bien es innegable que el Estado no debe poseer decenas de canales de TV, teatros, radios, bodegas, talleres metalúrgicos, etc., hay funciones y bienes que deben o deberían haber quedado en manos estatales. La necesidad de mantener la convertibilidad y financiar el enorme déficit fiscal producido justamente por privatizar irresponsablemente el sistema jubilatorio, llevó al gobierno de Menem a entregar a manos privadas las cosas más básicas que permiten a un país definir su perfil productor y de crecimiento ordenado y sostenido. Este es el caso del petróleo y el gas, recursos naturales estratégicos y no renovables, es decir, que se agotarán algún día.
Con respecto a la discusión de la inminente crisis energética producto de la escasez de gas natural que ha estado ocupando grandes espacios en todos los medios de difusión, quiero agregar un ángulo de análisis que no he observado hasta el momento. En general se coincide en que la crisis es producto de la falta de inversiones y se discrepa más en las causas de esa falta de inversiones. Sin negar este aspecto de la realidad, quiero contribuir con las siguientes observaciones:
De las privatizaciones de principios de la década del 90, uno de los procesos que se menciona como ejemplar fue la reestructuración del sector eléctrico argentino. Básicamente consistió en un proceso de desmembramiento de los colosos estatales SEGBA, Agua y Energía e Hidronor en una cantidad bastante grande de empresas generadores, transportistas (mayoristas) y distribuidoras (minoristas), logrando crear así un sistema cuasi competitivo de una actividad que en el mundo es mayoritariamente monopólica y con clientes cautivos.
La oferta de energía la proveen las empresas generadoras, y estas pueden recurrir a diversas fuentes de energía primaria que se convertirá en energía eléctrica en las respectivas usinas. En general, se cumple una ley que hace que el costo de explotación sea más o menos inversamente proporcional al costo de instalación. En criollo, cuanto más invierto en la instalación de mi usina, más barato me costará su funcionamiento. Así, en un ejemplo extremo, un simple grupo electrógeno con motor diesel sería la inversión más barata, pero su explotación es tan costosa, que este tipo de máquinas sólo sirven como grupos de emergencia en lugares donde el suministro de hace crítico: hospitales, sanatorios, hoteles, comercios, etc. Las grandes usinas diesel que se instalaron en el país en la primera mitad del siglo XX están en la mayoría de los casos desmanteladas, como nuestra vieja Central Sarmiento, hoy centro recreativo. El otro ejemplo extremo sería construir un embalse y generar energía partiendo del agua, con un costo de explotación bajísimo, pero la obra civil que el emprendimiento requiere se pagaría recién después de varios lustros de explotación, en la mayoría de los casos. Entre estos extremos se encuentra una variada gama de posibilidades: centrales de vapor convencional, turbinas a gas, de ciclo combinado, centrales nucleares, eólicas, solares, etc.
El proceso privatizador mencionado dejó liberado completamente a la iniciativa privada la instalación de usinas. Con respecto a esto comenta el mentor del proyecto oficial, el ex Secretario de Energía Ing. Carlos Bastos “...la actividad de generación no reviste carácter monopólico, por lo que bien podría decirse que no se justifica la existencia de regulación...” y más adelante, hablando de las centrales térmicas agrega “la generación a través de centrales de este tipo está prácticamente libre de regulación. No hay barreras a la entrada, es decir, cualquier firma puede iniciarse en esta actividad...”(*).
Debido a esto los inversores privados han optado exclusivamente por emprendimientos que requieren una inversión baja y de rápida amortización. De esta manera a partir de la reestructuración del sistema han proliferado las centrales de turbinas a gas, que se compran llave en mano, prefabricadas y que pueden estar operativas a escasos 180 días desde el cercado del predio. Incluso, para reducir al mínimo las inversiones, estas centrales se han instalado en nodos estratégicos ya existentes, donde hay líneas de transmisión importantes y gasoductos troncales que fueron construidos con recursos estatales, previo a las privatizaciones, como es el caso de El Bracho en Tucumán, y las proximidades de Güemes en Salta, por citar ejemplos cercanos. Pero este tipo de generación requiere de un combustible no renovable, como es el gas natural. En un país con una enorme extensión, poco poblado, con ríos de llanura y montaña y constantes vientos patagónicos, que se recurra exclusivamente a instalar centrales que funcionan a gas natural es un lento suicidio. En 1989 las centrales hidráulicas argentinas proveían el 44% de la energía total consumida en el país, y las centrales de turbo-gas un poco más del 13%. Hoy la generación hidráulica cubre aproximadamente el 30% de la demanda de energía eléctrica del país, mientras que casi el 30% del gas natural que se consume lo hacen las generadoras, frente al 37% que consume la industria, 25% las residencias y 8,7% los vehículos a GNC. Con respecto al GNC, que muchos señalan ahora como el gran culpable del aumento de la demanda, aparte de la poca incidencia en el consumo global, permite reemplazar combustibles líquidos igualmente no renovables, por un combustible más barato, de menor valor agregado y con mayores reservas. Además, produjo un desarrollo tecnológico importante, tanto en equipos vehiculares como en las unidades compresoras, con inversiones privadas genuinas de varios miles de millones de dólares y los tan necesarios puestos de trabajo. No es el caso de la energía eléctrica, que puede ser generada sin recurrir a combustibles.
Si el Estado no revisa el “ejemplarmente” privatizado sector eléctrico argentino, en muy poco tiempo la generación de energía eléctrica pasará a ser el principal consumidor de gas natural del país. Ya este año, las industrias, que en la mayoría de los casos no pueden producir con otro combustible, verán limitado su suministro a causa de la producción de energía eléctrica, elemento igual de indispensable, pero que se podría tranquilamente generar por otros medios.
Al replegarse completamente el estado como promotor o regidor del sistema eléctrico argentino, los grandes proyectos hidráulicos que hubiesen permitido un aumento considerable de la oferta de energía sin comprometer las reservas no renovables y sin contaminación ambiental han desaparecido de la agenda. Esta crisis debería ser el llamado de atención que despierte a legisladores y autoridades y que sea el pueblo, a través de sus representantes e instituciones, el que defina las estrategias de producción y consumo de sus recursos no renovables, como lo hacen todos los países serios del mundo. Es un tema que no puede quedar exclusivamente en manos de intereses particulares.

(*) Carlos Manuel Bastos – Manuel Angel Adbala: Transformación del Sector Eléctrico Argentino – 2ª Edición 1995 (Prólogo de Domingo F. Cavallo) pág. 169 (resaltado mío).

ELECCIONES PRESIDENCIALES 2003

¿Fin del Bipartidismo?
Posibilidad de un espectro político más definido

27 de Abril de 2003
Publicado en la Revista On-Line LA EDICION

ELECCIONES 2003
Los dos grandes partidos que animaron el escenario político argentino durante el siglo XX, el Justicialismo y la UCR, nacieron a partir de movimientos populares, pero finalizando el siglo, ninguno de los dos conservaban ni el espíritu ni la capacidad de seducción de sus comienzos. Además, al transformarse en aparatosas estructuras, fueron incorporando todo tipo de dirigentes, punteros, referentes, etc., que poco y nada tenían que ver con ideología alguna. Vacíos de contenido, fueron incapaces de ejercer control político sobre lo que sucedía en el país, ni como oposición ni como oficialismo. Este inmovilismo intelectual permitió que los ministerios de economía de sus respectivos gobiernos quedaran en manos de personas vinculadas a los bancos acreedores y grupos de poder, quienes aplicaron impunemente políticas que abiertamente lesionaron los intereses colectivos. El pueblo observaba cómo se regalaban los bienes del estado, es decir, del conjunto de los ciudadanos, logrados gracias a años de sacrificios, llámese déficit fiscal, inflación, aportes jubilatorios o buenas cosechas.
El pueblo, o conjunto de la sociedad, recurre a sus dirigentes para que arbitren, lo representen y defiendan frente a otros poderes: económicos, políticos, sectarios o países hostiles, entre otros. Si ve que esos dirigentes, a quienes confió esa tarea, terminan asociándose con estos grupos para hacer grandes negocios en contra del interés común, termina sintiéndose traicionado. Principalmente, porque esos dirigentes prometieron, en su campaña electoral y al jurar el cargo, defender el bien común, entre otras cosas.
Después, la clase política se abroquela para calificar de absurda la consigna “que se vayan todos”, que no es más que una reacción totalmente lógica al comportamiento descrito.
La desastrosa administración de Fernando de la Rúa llevó a la muerte súbita a la UCR, después de una sesión de pulmotor que significó la alianza con el Frepaso en 1997, ya que venía desahuciado luego de un lejano tercer puesto en las elecciones de 1995. La desenchufada de máquina que significó la renuncia de Chacho Álvarez dejó al tradicional partido sin oxígeno político, teniendo en cuenta que el triunfo del ’99 fue gracias a los votos progresistas que pudo traccionar el profesor de historia, más que por la capacidad de seducción del catatónico abogado constitucionalista.
De la centrifugación de figuras rescatables que significó la patética gestión delarruista aparecieron los actuales partidos ARI y Recrear, y la UCR original quedó conformada por la sedimentación de los elementos más pesados y sin capacidad ni coraje para el cambio, necesitados de comités y estructuras partidarias vetustas. Así les fue.
La gran superación en calidad que esto significó para el espectro político es que estos dos nuevos movimientos representan ideas mucho más definidas que la UCR original, donde convivían personajes con los cuales se podía conformar el arco iris completo. La gente percibe con bastante claridad que Elisa Carrió y López Murphy representan ideas políticas muy distintas, casi opuestas. Poder optar por alguna de ellas en una elección es infinitamente más explícito como mensaje del pueblo a sus dirigentes, que votar por un partido donde ambos personajes conviven.
El Justicialismo, desde su propio alumbramiento, fue integrado por gente proveniente de las más variadas corrientes ideológicas, acomodadas bajo ese inmenso e indefinido paraguas que el fundador bautizó “tercera posición”, como respuesta a la polarización que intentaba exigir la guerra fría. En vida de Perón, estas tensiones contrapuestas fueron contenidas por su férrea conducción, y la sociedad estaba de acuerdo o en desacuerdo, generándose pasiones tanto a favor como en contra del peronismo como conjunto. Sin embargo, pocas semanas antes de su muerte, esas divisiones internas se hicieron intolerables y evidentes cuando el propio Perón expulsó a los Montoneros de la Plaza de Mayo, pasando esta agrupación a la clandestinidad. La capacidad operativa del grupo de izquierda fue muy útil para hacer insostenible la proscripción del general durante sus célebres 18 años de exilio, pero una vez recuperado el poder, pudo desautorizarlos como corriente interna, incuestionablemente influenciado por los sectores de extrema derecha, que en ese momento habían copado su entorno.
El justicialismo post-Perón se caracterizó por las pujas salvajes por controlar el partido, el vehículo más aceitado para llegar a la Casa Rosada. El triunfo de Alfonsín en 1983 fue un golpe muy duro, ya que demostró que un candidato podía ganar con el voto del electorado independiente. El voto cautivo no es suficiente para ganar elecciones: es necesario mandar mensajes muy claros al conjunto de la sociedad. Los 90 demostrarían que partidos tan abarcativos como estos no están en condiciones de satisfacer aceptablemente las expectativas de un electorado tan multiforme.
La eterna lucha interna del justicialismo persiste todavía, y los actuales pesos pesados Menem y Duhalde está enfrentados a muerte desde hace mucho. Esto ha llevado al peronismo a presentarse dividido, por primera vez en su historia, a una elección presidencial. La posibilidad de optar por Nestor Kirchner, Carlos Menem o Adolfo Rodríguez Saa le brindó por primera vez al electorado elegir entre perfiles políticos muy diferentes, a pesar de provenir de un mismo partido. Al igual que lo comentado sobre el radicalismo, esta refracción de la luz peronista en sus colores elementales, permite al pueblo enviar un mensaje mucho más específico sobre lo que espera de sus dirigentes a la hora de gobernar. En este momento es difícil imaginar cómo estas corrientes internas, que se presentaron por separado, puedan confluir de nuevo en un único partido y, a decir verdad, lo más saludable sería que no lo hagan. De esta manera, la institucionalidad política habrá dado un salto cualitativo importante y los dos partidos tradicionales del siglo XX, que se volvieron amorfos, dejarían su lugar a movimientos nuevos, mejor definidos políticamente y más atractivos para el multifacético electorado. Prueba de esto ha sido la elevadísima concurrencia de votantes y el mínimo porcentaje de votos en blanco. Sólo el tiempo nos dirá si esto se concreta o es simplemente un espejismo de la coyuntura actual.

Luis Corvalán