COMENTARIOS PARA LECTORES OCASIONALES

Inauguré este sitio con 5 artículos que ya tenía escritos, entre 2003 y 2005. Algunos analizaban un momento particluar y pueden sonar desactualizados, pero en la mayoría de los casos son hechos cuyos efectos perduran.
A partir de ahí voy subiendo mis comentarios que considero más interesantes para el público interesado en temas políticos. En general tratan temas de política internacional, de Argentina y Latinoamérica. Muy rara vez escribo sobre la política local de mi provincia, Tucumán.
Espero que disfruten del blog.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Lo que es y lo que digo que es....


En una carta a un grupo de egresados de mi querido colegio secundario, el Instituto Técnico, fechada en septiembre de 2002, varios meses antes de las elecciones presidenciales del año 2003, mencioné, como uno de los escollos más importantes a vencer por el próximo gobierno si deseaba ser realmente transformador, a la prensa corporativa. A esta la iba a tener sistemáticamente en contra. La carta en realidad era un artículo algo apresurado y elíptico que comparaba a un hipotético gobierno débil y nuevo con la situación del equipo argentino de Copa Davis, que en esos días perdió una heroica semi-final en Moscú. (hoy se puede ver el artículo aquí)
Celebro haber hecho esa afirmación y en ese momento, cuando Nestor Kirchner era simplemente otra opción dentro de una interna peronista (que fiinalmente no se hizo, ver: Elecciones Presidenciales 2003) y ni siquiera la que mejor medía en ese momento. Este tema en sí merece un comentario propio, pero lo quería incluir aquí ya que es un ejemplo de como un grupo con poder puede exigir a extraños comportamientos y éticas que no puede exhibir como propios, simplemente porque "puede."
Hoy leo que un vocero del Departamento de Estado de USA critica duramente el reconocimiento por parte de Brasil, Uruguay y Argentina del Estado de Palestina. Y uno de sus argumentos de crítica es haber formalizado el reconocimiento sin haber exigido un cese de hostilidades por parte de los palestinos, convalidando la violencia como método de presión política.
Yo en lo personal estoy de acuerdo en que la violencia, y en particular, el poder de fuego de una de las partes no es forma de imponer razones. Como ejemplo cito lo de Malvinas. Lo que me parece inaceptablemente cínico es que esa afirmación provenga de un vocero del gobierno de los Estados Unidos, que hizo de la violencia su herramienta política por excelencia durante el siglo XX y lo que va de éste. (Puedo no poner el acento en éste según las nuevas normas de la RAE, pero soy chapado a la antigua para algunas cosas).
Pero por suerte, para la comunidad de naciones, los Estados Unidos ya no son lo que eran y eso se nota. Lejos de ese liderazgo occidental indiscutido de la época de la guerra fría, hoy el mundo está más informado, indescriptiblemente más comunicado, y las huellas de una vida dispendiosa, guerras crónicas, falta de vuelo político y problemas estructurales están más a la vista. La otrora potencia y nave insignia de occidente, hoy me asemeja a esa señora ya entrada en años, que conserva la pose de épocas mejoras, con algunas joyas aun colgadas, los vestidos algo demodé, que los más jóvenes miran con algo de respeto pero en el fondo no la toman tan en serio. Latinoamérica siguió su propio rumbo, Europa se considera, con bastante razón, estar más evolucionada socialmente así que no presta demasiada atención a sus tendencias culturales (ya hace décadas vimos el escandaloso fracaso de la Disneylandia francesa), y oriente crece a tambor batiente por su lado. China es como ese nuevo rico de la cuadra, que periódicamente le presta dinero a la señora decadente para que no se prive de algunos de sus gustos de otras épocas, sabiendo que tarde o temprano se quedará con mucho de los bienes de la señora, que no da muestras muy concretas de poder devolver los préstamos que se vinieron engordando con los años.
Viendo lo que pasa en la vereda rica de la cuadra, hay que reconocer que en este lado, llamemos así a nuestro querido continente, las cosas se viven con llamativa racionalidad, a pesar de muchas opiniones: números que cierran, crecimiento sostenido, lenta mejoría de los desastrosos índices sociales, convivencia en paz de sus países miembros. Algo tan sereno y gratificante para una región castigada por siglos, ahora en manos de sus propios habitantes. No me la contaron, me tocó vivir esas épocas en que el solo hecho de romper con el FMI era un sueño irrealizable, esa región "violentamente dulce" de Cortázar, la de las "venas abiertas" de Galeano.
Hoy respiro hondo, me lleno los pulmones de un aire de frescura y orgullo, miro la vereda de enfrente, la que me producía envidia y frustración, y me da tanta tranquilidad saber que habito aquí, ahora, en este lado de la calle, y siento la enorme satisfacción de percibir que eso es resultado de nuestro esfuerzo, de años de prédica, de sacrificios, de amigos muertos, de causas perdidas...
Hoy ser latinoamericano me suena bien, inmensamente bien...






martes, 19 de octubre de 2010

Reagan – Tinelli, encontrando el hilo conductor.


Luis Corvalán, septiembre de 2010
La tan mentada década del 70 significó tanto para nuestro país como para el el mundo grandes convulsiones, crisis y conflictos de todo tipo. Fenómenos desconectados entre sí en sus génesis fueron, con los años, confluyendo en sus efectos de tal forma que hoy resulta tentador buscar los vasos comunicantes que vinculan de alguna manera hechos que surgieron de manera aislada.
Michael Moore en su reciente documental sobre el capitalismo, ubica un momento histórico puntual como el inicio de una transformación, para mal, en las ideas que culmina con la profunda crisis de fines del 2008 coincidiendo con el triunfo, impensado meses antes, de un presidente negro y progresista en las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre de ese año. El evento en cuestión es la llegada a la presidencia de Ronald Reagan a principios de los 80 con un discurso que logra convencer a su pueblo y luego al mundo que la codicia es una virtud.
La era Reagan, que arranca en 1981 luego de una década de decadencia en el imperio americano, que incluye la crisis del petróleo con su enorme efecto en la calidad de vida del ciudadano medio, obligando al país a abandonar el patrón oro como sostén de la moneda desatando una fuerte inflación, el escándalo Watergate que se lleva puesto por primera vez en su historia a un presidente en ejercicio y la humillante derrota militar de Vietnam, incluyendo otros episodios menores. Estos hitos, ocurridos todos en un muy breve lapso, dieron la sensación al pueblo americano de un sentimiento de haber “tocado fondo” de alguna manera.
Reagan aparece con su política de liberalismo económico recargada y la codicia como zanahoria para traccionar los alicaídos negocios, disminuyendo cargas impositivas para los más ricos, abandonando planes sociales y todo tipo de intervención estatal a favor de las clases pobres y marginadas. Su matemática simple era que con los votos de los ricos, clases medias y medias altas más los que aspiran a entrar algún día en esas categorías era más que suficiente para ganar elecciones en un país con niveles de vida históricamente altos.
Coincidiendo en el tiempo, Margaret Thatcher era el reflejo inglés de estas políticas y entre ambos guiaron al mundo a un liberalismo extremo, en políticas y en conciencias. En este contexto los EE.UU. presionan el acelerador de la carrera armamentista y empieza a poner en evidencia las grietas económicas y de gestión del vetusto aparato soviético. Para fines de esa década cae el muro de Berlín y los analistas políticos occidentales interpretan esto como el triunfo del capitalismo por sobre el comunismo.
En ese ínterin, en la Argentina ocurría lo suyo: desde 1976 gobernaba la peor dictadura de la historia. Su ideólogo civil en lo económico, José Alfredo Martínez de Hoz era miembro de la Trilateral Comissión. Esta agrupación era la impulsora del concepto de “división internacional del trabajo” que asignaba a cada país un rol determinado en lo productivo según sus características. A la Argentina le tocaba ser proveedora de granos, carne y una mínima agroindustria, ramas en que la consideraban competitiva. Las demás industrias debían sucumbir si no lograban sobrevivir sin protecciones, con un dólar subvaluado y un mercado abierto al mundo.
Luego de siete años de sistemática destrucción del aparato productivo argentino, construido durante décadas por miles de pequeños y medianos emprendedores que formaban en una verdadera burguesía nacional, la mayoría desaparecieron y alguno que otro, en su afán por sobrevivir, transformaron sus fábricas en depósitos y se convirtieron en importadores de lo que antes fabricaban.
Con el país endeudado y destruido, con una guerra perdida, una generación diezmada, una desocupación preocupante y una inflación crónica, se recupera la democracia y la república a fines de 1983.
Raúl Alfonsín asume en pleno apogeo de las ideas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher gobernando occidente. Con dignas intenciones en lo político, promoviendo el juicio a las juntas militares que acababan de abandonar el poder, trataba de consolidar las instituciones y de convencer a un pueblo, que desde 1930 venía viviendo entre gobiernos civiles y militares, que la democracia además de un sistema de gobierno es un valor en sí mismo y que su abandono tiene consecuencias literalmente trágicas.
Pero en el aspecto económico no puede avanzar. Con un país desarticulado en lo productivo, desbalanceado y endeudado en lo económico y aislado en su negociación con los acreedores, ya que su proyecto de formar un club de deudores fue enérgicamente rechazado por éstos y sin colegas en la región con el coraje necesario para secundarlo, debe arriar sus banderas y abandonar sus promesas electorales. No se reabren las fábricas, el crédito no existe, no logra impulsar la educación y la salud públicas, ni siquiera logra recuperar el nivel de vida previo a Martínez de Hoz, algo que quedaría en el imaginario colectivo como lejano recuerdo de tiempos mejores.
Sobre el final del mandato de Alfonsín, el poder económico, coordinado por el que sería el artífice del retorno explícito a los postulados de Martínez de Hoz en la siguiente década, Domingo Cavallo, produce un fenomenal golpe de mercado que genera un proceso hiperinflacionario que deja el país sumergido en una pobreza sin precedentes y lo expulsa del gobierno seis meses antes. De paso se da un mensaje claro al presidente electo, haciéndole saber dónde está el poder real en la Argentina.
Tan convincente es el mensaje que el nuevo presidente Carlos Menem, para garantizar su gobernabilidad, entrega el Ministerio de Economía a uno de los grupos económicos más poderosos de esa época: Bunge & Born.
El inicio de su mandato coincide con la mencionada caída del Muro de Berlín. Con Fukuyama declarando el “fin de las ideologías” y el consenso de Washington formalizando el nuevo liberalismo a ser aplicado a todos los países que pretendan algún tipo de pertenencia a o asistencia de los organismos multilaterales de crédito, se institucionaliza el “pensamiento único”. El debate político, el intercambio de ideas, los sueños transformadores, pasan a ser cosas absolutamente “demodé”. Impera el dicho “el que piensa…pierde!”
Y la deuda todavía sin pagar. De ahí al festival que liquidaría los bienes del estado construido con el esfuerzo de generaciones de argentinos había solo un paso.
En ese contexto, surge un joven y fresco conductor que a la medianoche de la recientemente privatizada televisión se dedica a pasar videos y “bloopers” (palabra que conocimos gracias a él) divertidos. Comienza a captar adeptos a ese formato que no requiere de autores, ni guionistas, ni actores, ni ensayos ni elaboradas producciones. Es el ideal del nuevo capitalismo salvaje que comienza a inundar a la sociedad y sus conciencias: minimizar gastos, optimizar ganancias…nace un nuevo fenómeno nacional: “Video Match”.
Sobre el campo arado por la dictadura, que disolvió sindicatos, centros de estudiantes, prohibió la política y reprimió con la tortura y la muerte cualquier tipo de activismo, incluso un simple reclamo por un boleto estudiantil, surgen las nuevas generaciones de jóvenes con nulas inquietudes políticas. Esto será la base de sustentación del “pensamiento único” reinante en la década del 90. La economía en “piloto automático” por años mientras se cerraban empresas, trepaba el desempleo, se deterioraba la educación y la salud pública, la desaparición del ferrocarril, la explotación de hidrocarburos pasando a manos privadas, mayoritariamente extranjeras y tantas otras privatizaciones como la del agua potable o aerolíneas solo se explica por la existencia de sindicatos dóciles y un pueblo desmovilizado, desinteresado, conformista y convencido de que la política había pasado de moda.
Sólo en semejante panorama se entiende el encumbramiento de un personaje tan chato, mediocre y chabacano como Marcelo Tinelli, amo absoluto del rating televisivo.
El modelo único finalmente mostró su inviabilidad y la obstinación por mantenerlo vigente no hizo otra cosa que aumentar el estrépito de su caída. El estallido de diciembre de 2001 que se llevó puesto a cuatro presidentes en una semana, puso al pueblo en la calle por primera vez en años. Todos, no ya sectores, salieron a manifestarse. Parecía que volvía la política. Fue una ilusión linda. Cuando lo peor de la crisis pasó, las asambleas barriales, que fueron la consecuencia de esa participación popular, desaparecieron con la misma velocidad con que nacieron. Pero al menos era una señal, el pueblo mostraba pulso, tenía aún capacidad de reacción.
La salida de la convertibilidad permitió al país volver a producir. Por varios años anduvimos abocados a acomodar los números. Reducir un intolerable nivel de desempleo, recomponer salarios, disfrutar por primera vez en mucho tiempo de superávit de números, dar la espalda al FMI, en una palabra, convertir a la Argentina en un país viable. Incluso prolijar algunas calamidades de los 90 como fue la Corte Suprema de Justicia. La cosa iba poniéndose interesante. En eso estábamos cuando en marzo del 2008 estalló el conflicto del campo. Fue un hecho serio que desembocó en grave por el grado de conflictividad y polarización en la opinión pública que generó.
Por primera vez en mucho tiempo, un conflicto estalla no por una crisis fáctica: un cierre de fábrica, una corrida bancaria, una devaluación, incertidumbre política, sino por un acto administrativo. Un tironeo por intereses, por plata, por utilidades.
Empezaron las discusiones, las tomas de posición, las interpretaciones, las chicanas, los medios tomando parte activa. Así, sin pensarlo demasiado, sin que nadie lo anuncie con bombos y platillos, simplemente un día estaba ahí, en medio de nosotros: la política estaba de vuelta!
Hoy es moneda corriente hablar de “correr por izquierda”, “centroderecha”, “progresismo”, “distribución de riquezas”, “modelo económico”, “sustentabilidad” y tantos otros términos olvidados durante años.
Conflictos hubo siempre. Pero conflictos con debate, con discusión, incluso con peleas e insultos, son señales de salud democrática, de sociedad viva, de posibilidad de transformación.
Dejar de hablar del FMI, de deuda externa, de riesgo país, de “stand by”, para pasar a discutir de jubilación estatal, ley de medios, matrimonio igualitario, uso de reservas y muchos otros temas que merecen aparecer es un buen síntoma de los tiempos que vivimos.
El reclamo, la protesta, la movilización, las manifestaciones son expresiones de una sociedad en transformación que trata de moldear su perfil. No es función del dirigente o del funcionario reprimir estas manifestaciones, sino interpretar y canalizar los reclamos. En mandatario es el pueblo, y las autoridades electas son mandantes del pueblo. Por esa razón, es una muestra de salud intelectual, que los jóvenes estudiantes porteños, en estos días, hayan alzado su voz con sus reclamos. Y hay que atenderlos, porque han tomado conciencia de su lugar en la sociedad, de sus derechos. En una ciudad rica como Buenos Aires, con un estado solvente, con presupuesto, no puede tener los problemas que tiene en el área de la educación pública.
Si esto es solo una manifestación esporádica, como fueron las asambleas barriales, pasará como otra anécdota urbana. Si es el renacer de un debate político entre los chicos, en los centros de estudiantes, en sus casas con los padres, en sus foros y clubes, hay una esperanza de contar con dirigentes capaces y una sociedad vigorosa en un futuro cercano. Si esto es así estaremos presenciando el principio del ocaso del conductor estrella que se mantuvo por dos décadas gracias a un público que prefiere el “no pensar”.
Esta última afirmación es algo optimista, hay que reconocerlo. Pero gracias a los optimistas el mundo avanza, no?

viernes, 9 de julio de 2010

9 de Julio - 194 años después


(discurso polifuncional para acto escolar o similar)
Hoy estamos celebrando un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia. El 9 de julio de 1816, hace exactamente 194 años, en esta ciudad, entonces un pequeño pueblo de 12 manzanas, delegados de la mayoría de las provincias que formaban el ya extinto Virreinato del Río de la Plata, que estaban reunidos y debatiendo desde el 24 de marzo, dieron forma a la citada declaración. Hoy nos toca rememorar y homenajear ese momento fundacional de la historia patria.
Con el correr del tiempo, nuestro presente como sociedad, y por lo tanto la percepción de la realidad, va mutando con las circunstancias, y de igual manera nuestra forma de interpretar la historia. Como dijo una vez Juan Carlos Pugliese, distinguido legislador que presidió la cámara de diputados en los años 80, cuando recuperamos definitivamente la democracia, con su particular humor entre absurdo e irónico: “la Argentina puede tener un futuro incierto, pero su pasado es imprevisible”.
Justamente estos aniversarios sirven, cada año, para revisitar los acontecimientos y analizarlos desde nuestro presente, que es una consecuencia de lo que nos ocurrió en el pasado.
Para describir brevemente el contexto en que se desarrollaron los hechos de aquel 9 de julio podemos decir que las Provincias Unidas de América del Sud - todavía no se llamaba Argentina-, y que incluían lo que hoy es Bolivia, estaban en una situación crítica. Los realistas, que habían recuperado grandes porciones del continente, el norte (actual Venezuela), el altiplano y la capitanía de Chile, amenazaban las débiles fronteras del único bastión revolucionario que quedaba. San Martín trataba de armar su Ejército de los Andes en Mendoza y en el plano político interno había grandes conflictos de intereses, en especial con las provincias del litoral y la banda oriental, que bajo la influencia de Artigas, habían convocado a otro Congreso unos meses antes y que se negaron a mandar delegados a Tucumán.
Estos conflictos, propios de esa época en que un proyecto de país estaba recién naciendo, eran sorprendentemente similares a los que aún persisten en los debates políticos actuales, y que no hacen más que confirmarnos que no hemos resuelto todavía cuestiones básicas de nuestra organización como nación.
Producida la Revolución de Mayo, en 1810, dentro de los dirigentes de esa época, incluso en la Primera Junta, había un grupo de auténticos revolucionarios que soñaban con un país moderno, participativo, con educación, ciencias, industria y comercio, inclusión, mercado interno, distribución de riquezas. Este sector estaba enfrentado con otro sector que participó de la emancipación de España, pero que había prosperado y consolidado su poder económico y político con el sistema monárquico y no estaba dispuesto a renunciar a sus privilegios. Este último sector pudo imponer su poder y desplazar a los revolucionarios que soñaban con una república moderna: a los 9 meses de aquel 25 de Mayo el cuerpo de Mariano Moreno era arrojado en alta mar, y poco tiempo después Belgrano era destinado lejos, combatiendo a los realistas sin ningún apoyo en el alto Perú.
Seis años después, en el Congreso de Tucumán, estas disputas persistían. Las autoridades de Buenos Aires querían que San Martín abandonara sus proyectos de liberación y fuera al litoral a reprimir a las fuerzas de Artigas, que promovía los ideales republicanos, una profunda reforma en la posesión de las tierras y medidas que amenazaban los intereses de los grandes terratenientes que obtuvieron su riqueza gracias a su vinculación con la Corona y al contrabando. San Martín, en su grandeza, desobedeció esas órdenes y paralelamente apuró a los Congresales para que declarasen la independencia y se definiera rápidamente la situación del país.
Para 1816, después de la profunda crisis que significó la Revolución Francesa, las monarquías se estaban restaurando por todo el continente europeo. La única república que permanecía en el mundo eran los Estados Unidos. Las discusiones entre los republicanos y monárquicos se hacían cada vez más acaloradas dentro del Congreso. Nada se había avanzado desde 1810. Y todavía faltaban casi 40 años para que se consolide la organización nacional mediante la sanción de una Constitución.
Como la mayoría de los actos políticos “consensuados”, la Declaración finalmente acordada el 9 de julio entre los congresales era lo suficientemente vaga como para conformar a todos. El acta redactada ese día hablaba de romper los violentos vínculos que la ligaban a los Reyes de España… sus sucesores y metrópoli” pero en ese momento no mencionaba nada sobre otras potencias, porque existían entre los Congresales quienes proponían pasar a depender de los portugueses, franceses o ingleses, como manera de garantizar la independencia de España.
Antes de pasar una copia de la declaración al Ejército, que estaba al mando de San Martín, de quien todos conocían sus firmes ideales independentistas y republicanos, el diputado Medrano, que presidía el Congreso, ordenó, en sesión secreta el 19 de julio, agregar las palabras “y de toda dominación extranjera” para evitar el enojo del patriota general, no tanto porque respetaban sus ideas, sino su poder de fuego.
Aunque suene absurdo, este nivel de debate aún persiste en sus formas: todavía escuchamos a varios de nuestros políticos clamar por “relaciones carnales” o alineamientos automáticos con potencias de turno, como manera de garantizar hipotéticas seguridades, inversiones y crecimientos que todavía esperamos. Estamos recién, como regresando de una enorme elipsis de 200 años, volviendo a debatir la realización, la independencia y la fundación de una gran nación latinoamericana que pueda, de una buena vez, integrar a sus pueblos, contener a sus ciudadanos, volver protagonistas a sus habitantes originarios, desplazados y saqueados por siglos. No es otra cosa que intentar realizar los sueños de nuestros más ilustres próceres, que fueron subvertidos durante demasiado tiempo, desechados, reemplazados por ideas más mezquinas.
San Martín y Belgrano, nuestros mayores próceres, fueron protagonistas también de este 9 de julio. El militar, desde su comandancia en Mendoza, estaba pendiente de las deliberaciones en Tucumán, escribiendo varias veces al diputado por Mendoza Godoy Cruz con recomendaciones y consultas. Belgrano, como sabemos, era un Congresal muy activo en Tucumán. Ambos tenían muy claro que la educación era la herramienta fundamental para hacer un país viable.
Sin artes, ciencia, agricultura y población las provincias unidas no se podrán constituir en república escribía San Martín en esos días. Belgrano ya había propuesto casi 20 años antes la educación estatal, gratuita y obligatoria. Estas ideas fueron dejadas de lado por décadas, y estos auténticos personajes murieron, uno en el exilio y el otro pobre y olvidado.
El 9 de Julio de 1816 se declaraba la independencia de España, a nivel administrativo, político y militar, pero la auténtica independencia de un pueblo, que es el país real, se logra con la educación de sus habitantes. El saber da libertad, da independencia, posibilidades de realización personal. Esa es nuestra función en este ámbito, y ahora, que estamos trabajosamente recuperando un país que fue desvastado durante décadas, es importante tomar conciencia de este presente que vivimos, donde nos volvemos a mirar a la cara con nuestros vecinos, con quienes hemos compartido este trabajoso nacer como naciones y que recién ahora estamos descubriendo que nuestros problemas y sueños son los mismos, que podemos trabajar juntos como continente, que nos podemos complementar y lograr un auténtico desarrollo, sin tutelajes, sin organismos multilaterales, sin influencias homogénicas, esa “metrópoli” de la cual nos declaramos independientes hace 194 años. Uds. alumnos, a quienes va a pertenecer el futuro, tienen la irrepetible oportunidad de vivir y consolidar, quizás por primera vez, la auténtica independencia que en esta ciudad se declaraba, en un día soleado como hoy, el 9 de julio de 1816.