COMENTARIOS PARA LECTORES OCASIONALES

Inauguré este sitio con 5 artículos que ya tenía escritos, entre 2003 y 2005. Algunos analizaban un momento particluar y pueden sonar desactualizados, pero en la mayoría de los casos son hechos cuyos efectos perduran.
A partir de ahí voy subiendo mis comentarios que considero más interesantes para el público interesado en temas políticos. En general tratan temas de política internacional, de Argentina y Latinoamérica. Muy rara vez escribo sobre la política local de mi provincia, Tucumán.
Espero que disfruten del blog.

domingo, 20 de marzo de 2022

EL DIODO

 -O cómo perder un país en pocos años-

El diodo es el componente electrónico más simple. Permite que los electrones circulen libremente en un sentido pero les hace casi imposible circular en el sentido contrario.

Argentina, como Nación, creó a lo largo del siglo XX una cantidad importante de grandes empresas para explotar sus recursos naturales, generar energía, brindar servicios, transportar a su población y sus productos por vía terrestre, aérea y marítima, producir acero para sus industrias y muchas otras actividades. El estado era capaz de fabricar locomotoras, vagones, barcos y aviones y muchas cosas estratégicas más.

Por carecer de grandes inversores privados o mercados de capitales suficientes, fue el Estado, con el dinero de todos los ciudadanos, el encargado de llevar adelante todos esos emprendimientos. Y así se convirtió en el país con más kilómetros de ferrocarriles de Sudamérica, con más universidades, con una clase media única en la región y con una fuerte industrialización que se disparó a partir de la Gran Guerra de 1914 cuando, a causa de ese conflicto, los productos importados dejaron de llegar al país.

Esta forma de desarrollo continuó durante muchos años, atravesando gobiernos conservadores, radicales, la década infame con su ristra de gobiernos de derecha, se potenció durante el primer peronismo de los 40 y 50, continuó luego con los gobiernos militares y se consolidó durante el variopinto espectro de gestiones accidentadas de los 60, nuevamente radicales y gobiernos de facto incluidos. Para 1973 y 1974, cuando retorna el peronismo, Argentina disfrutaba de los índices de desocupación más bajos de su historia y de las mayores participaciones industriales en sus exportaciones. Una situación envidiable, y aun con eso conflictos políticos a raudales. ¿Por qué? Porque como dijo Fidel Castro el 25 de mayo de 2003 en la Facultad de Derecho, "cuando ese mundo mejor posible se alcanza, un mundo mejor es posible". Los argentinos querían, pretendían y tenían derecho a algo aún mejor.

A partir de 1975, empezó a tallar con más fuerza y llegar al Ministerio de Economía los genios liberales que convencieron, primero a pocos, pero a partir de la década del ochenta y, particularmente en Argentina, a partir del estrepitoso fin del gobierno de Alfonsín, que todo eso que se vino haciendo estaba mal.

Las políticas económicas que impusieron como las correctas, sin embargo, no pudieron jamás mostrar resultados siquiera parecidos a los que Argentina había logrado décadas atrás cuando todas las gestiones aplicaban otras ideas económicas, en mayor o menor medida.

Argentina se subió a la moda del Consenso de Washington que presionaba para que todas las empresas que durante décadas habían sido estatales, o sea, que pertenecían al conjunto de la población y que apuntaban a beneficiar a ese conjunto, debían pasar a manos privadas para beneficio de un reducido grupo de inversionistas y aventureros.

Y eso se hizo. Rápido, con la complacencia de sindicatos, con fervoroso apoyo de los medios, cuyos accionistas pasaron a beneficiarse de ese proceso privatizador, el país fue desmembrado y despojado de sus bienes, sus empresas, sus recursos naturales, sus medios de transporte, sus rutas terrestres, fluviales, marítimas y aéreas. Todos aplaudían este desguace de grandes porciones de infraestructura, de las grandes empresas de servicios, de las acerías, de los pozos petroleros y gasíferos, de los yacimientos de carbón de piedra, de hierro y encima entregando bienes que antes no se explotaban como tales a empresas extranjeras. Así entregamos rutas para que recauden privados pero que al poco tiempo tuvimos que volver a mantener nosotros, como sociedad, mientras seguíamos permitiendo que la recaudación lo lleve una empresa privada.

Todos esos desastres económicos fueron, sin embargo, anunciados como grandes triunfos del sentido común y de las excelentes prácticas económicas. Argentina ya no tenía dólares para satisfacer la demanda de importadores, de sus propios ciudadanos que deseaban ir al exterior, etc. Había que disponer de dólares para pagar las enormes deudas que tuvimos que tomar crónicamente o que fueron inducidas para satisfacer bicicletas financieras de un sistema de capital ahora internacionalizado, liberalizado, casi sin controles.

Los que hablaban pestes de las ideas estructuralistas, de la sustitución de importaciones como herramienta de desarrollo, de la protección a la industria local, de instrumentos de política económica como el "compre nacional" y otras medidas que tuvieron éxito por décadas, todavía no lograron exhibir los beneficios y logros de sus ideas, luego de casi medio siglo de intentar aplicarlas.

Ahora, si nos ponemos a leer lo ocurrido y a sacar conclusiones, podríamos estar tentados de regresar el reloj, o de intentar volver a armar la estructura económica que sí dio resultados durante tres cuartas partes del siglo XX. Pero esa facilidad que tuvimos para rifar los bienes de todos nosotros a favor de un puñado de capitalistas privados, con toda la prensa a favor, con diputados truchos permitiendo el cuórum con sus culos, con sindicalistas enriqueciéndose mientras dejaban de a miles a sus afiliados en la calle, resulta casi imposible si la queremos revertir. Que ahora, por razones de necesidad, por interés público, por defensa nacional, por la emergencia económica, por estrategias de desarrollo, por el nivel de endeudamiento inmanejable o por cualquiera de tantas razones justificables decidimos invertir el sentido de esa sangría: que ahora los privados entreguen, vendan, trasfieran o pierdan sus concesiones a favor del conjunto de la sociedad, suena imposible.

Nos iríamos a Venezuela, cederíamos ante el populismo, nos convertiríamos en Corea del Norte y tantos otros miles de lugares comunes que inundan diarios, portales, radios, televisión y cuanto medio anda al alcance. Nadie menciona que sería ir hacia una Argentina que ya comprobamos posible, exitosa, integradora, con pleno empleo, con excelente educación y con una industria pujante. Argentina, no Venezuela, Cuba o lo que sea.

Pero recorrer el camino inverso al que tan alegremente nos hicieron recorrer en los 90, es casi una imposibilidad. Un diodo ideológico, una trampa que insiste con una regla no escrita: una vez que perdiste como sociedad lo que generaste por décadas con impuestos, sacrificios y proyectos de país y bajo el signo político que fuera, no lo podés volver a recuperar. Es fácil y simple transferir desde lo público -insisto: de TODOS NOSOTROS- hacia un advenedizo privado que intentar recuperar de ese privado un bien que por su valor estratégico fue creado por el pueblo e intentar devolvérselo al pueblo.


En la próxima entrega podemos recorrer ejemplos de países que también cayeron bajo el canto de la sirena de Washington y entregaron el patrimonio de todos a favor de empresas privadas pero que al tiempo, al ver el error cometido y los resultados, recorrieron el camino inverso y hoy gozan de una situación muy superior a la nuestra. Coraje político, proyecto claro de país, soberanía en la toma de decisiones, todas cosas que también carecemos. Pero es posible.

 

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