Entre
los artículos de 1000 palabras que me sugieren los diarios y los tweets de 140
caracteres que me niego a abordar hay una zona gris que bauticé “tamaño
facebook”. Así que concentrar un concepto en ese tamaño es mi constante desafío.
La monumental investigación “El Capital del Siglo XXI” del francés Thomas
Piketty estudia, en sus capítulos más atrapantes, la evolución de la
desigualdad en los últimos 250 años. Da un testimonio argumental, probatorio y
estadístico del tema que da vueltas desde hace siglos entre los que tenemos
algo de sensibilidad respecto a las luchas de clases, injusticia social, pobreza
o como quiera uno plantearlo. Por otra parte los que defienden el derecho a la
desigualdad y hacen un erróneo culto a la “meritocracia” (rebatida
inteligentemente por mi hijo hace pocos días en su muro) lo hacen parapetados detrás
del malversado concepto de “libertad”. La insistencia en que la “libertad de
mercado” es el camino a la prosperidad y progreso de las naciones es la falacia
que más a durado a lo largo de las décadas que yo pude analizar en tiempo real
mientras comparaba conceptos y realidades. El gran faro de occidente a ese falso
altar de virtudes fue Estados Unidos durante la guerra fría. Mientras sus
economistas e instituciones financieras recomendaban un sistema jubilatorio de
capitalización desconectando al individuo de su entorno y dejándolo a su propia
suerte, sistema adoptado primero por Chile y luego por Argentina, Estados
Unidos conserva puertas adentro un sistema público de reparto, tan denostado
por sus teóricos. Tampoco voy a negar que entre su población hay grandes
sectores que cultivan esas ideas y justamente por la polarización producida por
décadas de guerra fría cualquier intento socializador es demonizado, como
pueden apreciar en los debates actuales durante las internas. Aun así, el grado
de desigualdad en el gran imperio ha aumentado tanto la población vulnerable
que por primera vez un candidato abiertamente “socialista” es competitivo. Son
las ideas económicas neoliberales, sobrevaluadas y falaces, las que han empujado
a las democracias que surgieron luego de la Revolución Francesa a ir
paulatinamente creando nuevamente las condiciones de desigualdad que provocaron
aquel histórico estallido del siglo XVIII. La pregunta que plantea Piketty es
simplemente hasta cuando o hasta qué grado de desigualdad está dispuesta a
tolerar la sociedad. La actual, a diferencia de la de la Edad Moderna, tiene
muchísimo acceso a la información. Y por eso la obsesión de los poderosos por
poseer los medios de información porque es la manera de influir para que esa
desigualdad no solo sea tolerada sino aplaudida. Para no ahondar aquí y dejar
esto como introducción de un desarrollo más amplio, simplemente quiero
referirme a la experiencia argentina de los últimos meses. Las elecciones de
octubre y noviembre pusieron en el poder justamente a la gente que ha hecho de
la desigualdad una filosofía de vida. Razón por la cual su victoria se sentó en
dos pilares fundamentales: ocultar la verdadera intención con que buscaban el
poder y contar con el apoyo irrestricto de los medios de comunicación. Veo por
el prudente silencio de muchos amigos que defendían a tambor batiente el cambio
propuesto que han aceptado al menos internamente haber sido engañados por el
ardid. La realidad es que los gerentes y abogados de grandes empresas colocados
en sitios estratégicos del gobierno comenzaron desde el primer día a operar en
función de sus propios intereses mientras los medios bombardean con los casos
de corrupción de la gestión anterior, reales o inventados, para mantener la
atención en otro lado. El caso más pornográfico es el del Ministro de Energía
Aranguren que desde que llegó ha operado a favor de su empleadora Shell. Estos
manejos, para expresarlos lo más sencillo posible, van en el sentido de la
desigualdad que mencioné, perjudicando a muchos a favor de una minúscula minoría.
Es una enorme corrupción dentro de un marco legal. Y es por eso que estas
expresiones políticas, en un siglo de vigencia de la Ley Sáenz Peña, jamás
pudieron llegar al poder en elecciones blanqueando sus verdaderas intenciones.
Cada uno saque sus propias conclusiones, o como vengo diciendo resumidamente:
vo ve.
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