Voy a intentar dos explicaciones que irán por separado para
tratar que se entiendan aspectos de la economía que la pintan demasiado técnicas.
Agua va:
Rendía la final de Química, segundo año del Instituto Técnico.
Llegamos desvelados como de costumbre, estudiando sobre la hora. La profesora
arma la mesa de examen con una practicante joven y la jefa de trabajos prácticos
de otra materia compatible, Biología. Las tres se ubican formalmente en el
escritorio amplio de nuestra aula, preparan los papeles y entra el legendario
mayordomo Pedro Páez, que además era eximio mozo, de esos de antes. Con su
camisaco blanco y manejando con destreza la bandeja arrima tres cafés con leche
y generosas medialunas y tortillas. Un espejismo para nuestros escuálidos estómagos.
Comienza el examen y al rato le toca a un compañero que sucumbe al combo. Su
anatomía no resiste el stress, desvelo y hambre: cuando el trío estaba por
disparar el primer tema, él se acerca a la mesa pálido como un repuesto
Rivadavia y alcanza a decir “…no me siento bien”. En ese momento sus ojos se
ponen blancos y se desploma en dirección a la mesa. La profesora, con unos
reflejos dignos del Trapito Barovero, apoya las dos manos en el pecho del
desafortunado mientras sus dos asistentes muy prestas ponen los cafés y las
medialunas a buen resguardo. Hecho esto la profesora suelta al desmayado alumno
que rebota su humanidad contra el escritorio de madera.
Esta anécdota totalmente verídica es ni más ni menos el famoso
megacanje del 2001. Argentina vivía el 1 a
1, un peso un dólar y se encontraba en un proceso de colapso anunciado. Nada
cerraba, todo se derrumbaba. Pero en el país quedaban todavía inversores
especulativos que introducían sus dólares para moverlos en el circuito financiero
local que pagaba tasas altas en pesos y luego los reconvertían a dólares para
llevarlos de regreso de donde provinieron. Argentina tenía ya problemas para
satisfacer esa demanda de dólares y hacer frente simultáneamente a su abultada
deuda. El megacanje sirvió para oxigenar las cuentas externas y así permitir
que estos jugadores de primera conviertan sus activos (pesos, bonos, acciones)
de moneda local a dólares y llevarlos a playas más tranquilas. Pasado ese
lapso, que duró algunas semanas o a lo sumo un mes, la Argentina continuó su caída
libre hasta impactar de lleno en la dura realidad el 3 de diciembre de ese año.
Este gobierno logró salir del cepo con una ecuación idéntica.
Libera el mercado de cambios (Prat Gay) mientras se ofrecen tasas siderales en
pesos (Strutzenegger) y de esta manera llueven dólares especulativos que se
convierten a pesos, se colocan a plazo fijo y en pocos meses volverán crecidos
a sus países de origen. Para eso necesitaban salir del Veraz de Griesa porque
con esta fórmula serán más los dólares que salgan que los que están entrando y
Argentina, como con el megacanje, necesita tener desafectada la firma porque el
esquema solo cierra con mayor deuda pública. Entonces, mientras el gobierno
lucha para que el dólar no caiga por la sobreoferta que este suicidio anunciado
provoca, encima coincidiendo con la oferta estacional del agro, la economía
real que se ve en la producción de acero o cemento, entre otras cosas, no para
de desplomarse. Señal clara que solo somos atractivos para los especuladores,
esos que andan por Bahamas y Panamá. Nada hace sospechar un final diferente
para exactamente la misma política. Mañana seguimos con el mercado interno.
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