Resumen
de 200 años de historia económica.
Luis O. Corvalán
El
siglo XVIII fue un momento de enorme transformación. Ahí surgieron las ideas de
la ilustración que darían forma más adelante a las democracias modernas que
reemplazarían en gran parte del mundo a las monarquías, sistema de gobierno que
por entonces era lo habitual. Esta revolución de las ideas en lo social tuvieron
su correlato en las letras, las artes y en las ciencias.
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Adam Smith |
Me
gusta ubicar dentro de este movimiento el aporte intelectual de Adam Smith, el
pensador inglés que hoy consideramos el padre del liberalismo. En su libro
“La
Riqueza de las Naciones” comienza ubicando lo que será su teoría en un
contexto histórico muy amplio que propone una interesante interpretación del
desarrollo del hombre como especie. Nos cuenta como el hombre pasa de ser un simple
cazador y recolector a ser un individuo social, con comunidades organizadas y un
carácter urbano. Esto se da primero en la Mesopotamia y Egipto. Nos hace notar
que estos fenómenos tienen en común la presencia de ríos importantes, lo que
explica ese salto tan grande que da el hombre. No es por la riqueza de la
tierra ni por tener un líder carismático o rey prodigioso. El fenómeno se
explica por la aparición del comercio, el intercambio entre los diferentes
asentamientos. Este fenómeno es el que explica el surgimiento de las sociedades
y fomenta el trabajo artesanal, la agricultura, los servicios. Este análisis
que se proyecta hasta su tiempo permite a Adam Smith elaborar tu tesis que ubica
al individuo como el generador de la “riqueza de las naciones”. Y su búsqueda,
considerada natural, del beneficio propio es la que, sumada con las voluntades
de otros individuos, será el motor de la riqueza de la comunidad en su
conjunto. Es interesante para nosotros no olvidar el contexto de estas
propuestas. Si el generador de la riqueza es el individuo, el trabajador, el
burgués, el campesino, el artesano, esto redunda en el cuestionamiento del
sistema monárquico presente en la mayor parte de Europa y América en ese
momento. Si la riqueza no proviene de la casta de nobles puestos ahí por la
providencia, es cuestionable que el poder político siga en esas manos. Ese fue
el trasfondo revolucionario de sus propuestas.
Y la
propuesta de gestión que hace Smith es dejar liberadas las fuerzas económicas
para estimular el ejercicio libre de estos “emprendedores” y de esta manera los
países alcanzarán el máximo de sus posibilidades. De aquí que los seguidores de
estas propuestas breguen por una nula o mínima intervención del estado en
asuntos económicos. Y por esta razón los economistas de esta escuela de
pensamiento se llaman “liberales”, en alusión a esta “libertad económica”.
Ahora,
en los países centrales de ese momento y que aun hoy son potencias: Inglaterra,
Francia, Países Bajos, Alemania y el recién independizado Estados Unidos, estas
ideas no se llevaron a la práctica con la naturalidad que nos intentan hacer
creer hoy, siglo XXI, los liberales.
Fue
Gran Bretaña, el mayor imperio de ese momento, cuya casta dominante abrazó con
entusiasmo las ideas de su pensador Adam Smith para tratar de derribar las
barreras con que las demás potencias y países de la época protegían su
comercio. El principal interés de Gran Bretaña era colocar su producción textil
y proveer de materias primas a su industria, la más desarrollada del mundo. En
este contexto se entienden muchos conflictos de ese período incluidas las dos
invasiones que sufre Buenos Aires a principios del siglo XIX.
El
libro de Smith se publico en 1776, año en que EEUU declaró su independencia. Y
luego de una larga guerra y un proceso de organización nacional, en 1789 asume
George Washington como el primer presidente del nuevo país. Adam Smith ve en
esta joven nación, un experimento de república democrática basada en las ideas
de la ilustración, como el campo ideal para aplicar sus propuestas. Alexander
Hamilton, uno de los padres de la patria, fue el primer Secretario del Tesoro,
virtual Ministro de Economía de Washington. En 1791 Smith le propone a Hamilton
con vehemencia la apertura de la economía en total sintonía con los deseos de
los barones británicos. Ellos querían limitar a la recientemente emancipada
colonia al rol de proveedor de material primas y consumidor de productos
elaborados, manteniéndola así dentro de su zona de influencia. Hamilton rechaza
de plano la propuesta con el argumento de que la nueva nación no está en
condiciones de competir con el aceitado aparato industrial británico y que la
protección aduanera es indispensable si pretenden, como lo estaban haciendo,
convertirse en un país industrial e integrado con un fuerte mercado interno.
Aquí se produce la madre de los debates que persiste hasta nuestros días:
apertura o protección. Lo que Hamilton establece como norma no es taxativamente
una u otra opción, es el concepto que explicita:
“haré lo que se necesite
para garantizar el bienestar de la nación.” Es decir, Hamilton no se casa
con una idea rígida sino que adoptará las políticas que el lugar y la situación
demanden. Y el tiempo dio la razón a Hamilton, no a Smith. Estados Unidos con
esta premisa se convirtió en la mayor potencia mundial, desplazando al Reino
Unido en el Siglo XX.
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Alexader Hamilton |
La
economía de mercado basada en el liberalismo económico de Smith explica gran
parte del enorme desarrollo que sufrió el mundo desde fines del siglo XVIII a
esta parte. Pero vemos que nunca se cumplió con la ausencia del estado. Y
veremos con más detalle como fue esa intervención. Del universo de
emprendedores que formarían la riqueza de los Estados Unidos, algunos se
convirtieron en verdaderos magnates gracias a la evolución de sus negocios
dentro de un contexto de revolución industrial. Nombres como Rockefeller
(petróleo), o JP Morgan (acero) o Vanderbilt (transporte) fueron los
estereotipos de este tipo de empresario exitoso, entre miles.
En
el período desde los tiempos de Smith hasta 1978-1980 se produjo un avance
notable en los medios de producción que permitió a las empresas y al agro
aumentar notablemente la productividad. Por productividad llamamos a cuanto
puede producir un individuo por hora o jornada de trabajo. Y durante todo ese
período este aumento de productividad se fue transformando en aumento de
sueldos para los trabajadores o mejoras en las condiciones de trabajo, o ambas.
De jornadas de 12 o 14 horas diarias sin descanso a comienzos del período
industrial se pasó a las 60 horas laborables por semana para el año 1900 y
desde entonces las horas de trabajo se redujeron a 48 o 40 horas semanales o
menos. Obreros que iban a trabajar a pie o en bicicleta a sus fábricas podían
tener hijos que viajaban en auto para cumplir la misma función una generación
después. Esto fue una característica de este período. El tan mentado ascenso
social.
Un
empresario de los grandes surgido en EE.UU. que triunfó combinando un producto
novedoso con técnicas revolucionarias de producción fue Henry Ford. El
desarrolló la línea de producción que le permitió fabricar cientos de autos por
día a precios accesibles.
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Línea de Montaje de Ford en 1920 |
Para 1920 en su planta de Detroit trabajaban 100 mil
obreros. Y Ford sabía que entre esos obreros podía encontrar clientes, así que
pagaba sueldos dignos que le permitían conciliar un precio de venta rentable de
sus vehículos con la capacidad de consumo de sus propios empleados. Aquí vemos
como un industrial toma conciencia que el mejor negocio para su particular
actividad no es “pagar los salarios más bajos posibles” como reza la teoría o
como proponen algunos políticos sino crear las condiciones de un mercado
interno saludable y con poder de compra. Él se sabía exitoso solo en un
contexto como ese.
Estamos
usando ejemplos casi exclusivamente de Estados Unidos porque a la larga fue el
país que terminó exportando el sentido común que se propaló por el mundo
durante el último siglo y por lo tanto estos ejemplos impactaron en diferentes
latitudes y momentos históricos de manera similar.
Estas
riquezas se crearon en un contexto de libertad de empresa, pero como
mencionamos y veremos más adelante, dentro de un contexto muy relativo. Los
Estados Unidos siempre fueron fiel a la idea original de Hamilton. El estado
siempre mantuvo protecciones a determinados productos y apertura en otros
rubros en función de sus necesidades, intereses de ciertos sectores, ventajas
competitivas de algunos o vulnerabilidades de otros. Pero hay otro aspecto de
la intervención estatal que disparó el veloz desarrollo del país.
Supongamos
que Henry Ford, ya que lo nombramos, ganó fortunas un determinado año con su
fábrica. Y llegado a fin de año decide hacer una extracción de sus beneficios,
para su uso personal. Por ejemplo, quiere tomar como ganancia unos 500 millones
de dólares. La legislación que estaba vigente para su época aplicaba un
impuesto a las ganancias individuales que llegaba al 91% cuando el valor superaba
un cierto límite. Entonces a don Henry no le convenía sacar ese dinero como
utilidad porque casi todo acabaría en el fisco. El secreto para disponer de ese
dinero “extra” de manera legal y que no se lo lleve el estado era el siguiente:
Ford empleaba esos 500 millones para agregar un línea nueva de producción, por
ejemplo. De esta manera aumentaba aun más la facturación y el valor de su
empresa. Supongamos que pasaba a valer, digamos, 2000 millones de dólares más,
justamente por haber aumentado su producción. Entonces don Henry iba a la bolsa
de valores y vendía acciones de su empresa por valor de 500 millones, se
juntaba con el mismo dinero pero sin pagar impuestos, ya que la venta de
acciones no estaba ni está gravada. Este esquema. que estuvo vigente desde
mediados del siglo XIX hasta 1923 y luego reimpuesto durante el gobierno de
Roosevelt hasta fines de los 70 explica casi por sí solo el exponencial
crecimiento de la industria norteamericana que terminó pasando por arriba la de
Europa para principios del siglo XX. Además produjo una demanda sostenida de
mano de obra y los sueldos más altos del mundo.
En
las elecciones de 1920 el candidato Warren Harding prometía bajar esto que
llamaba “impuestos distorsivos” y otros impuestos a los más ricos. También
prometía el repliegue del estado en los negocios bajo el lema
“more business
in government and less government in business”. Aclaremos, Estados Unidos
no era un país intervencionista ni de base socialista. Era un país que
respetaba la libre empresa y defendía la oferta y la demanda. Pero como
describí, tenía reglas de juego definidas por el estado, una particular presión
impositiva que fomentaba la inversión productiva y una protección selectiva de
ciertos sectores. Y a partir de fenómenos como la concentración de la
producción, refinería y comercialización de combustibles por parte de
Rockefeller, se redactaron leyes anti-monopolio y otras formas de intervención
estatal para evitar la cartelización de ciertos mercados. La propuesta de
Harding era liberalizar aun más la economía, disminuir estas intervenciones
estatales y sacar la presión impositiva sobre las mayores fortunas. Ganó las
elecciones y si bien murió a poco de asumir, su sucesor Coolige llevó adelante
la plataforma prometida y bajó esa tasa de impuestos desde el 91% hasta el 24%.
Los poseedores de grandes fortunas se vieron de la noche a la mañana con
efectivo a su disposición que antes no tenían. Este dinero ahora en mano
buscó medios fáciles de inversión que garantizaran rentas rápidas. Y así se
empezó a alimentar un mercado de capitales y un mercado inmobiliario que creció
desproporcionadamente y en poco tiempo. El dinero se volvió especulativo.
Los ”locos años
20”
fue una década de particular bonanza y despilfarro por parte de los más ricos. Se
produjo una enorme burbuja bursátil e inmobiliaria que fue la causa que llevó
finalmente al estallido de octubre de 1929 y que derivó en la mayor recesión
mundial de la que se tiene registro. No fue un “ciclo económico” como se
intenta explicar hoy. Fue producto de decisiones, de legislación y de
comportamientos que gracias a una libertad extrema de mercado produjo lo que
produjo. O sea, repasando, podemos afirmar que una economía que funcionaba de
manera fabulosa y que produjo un crecimiento como pocas veces visto en la
historia gracias a una combinación de políticas de libre mercado, protección
aduanera selectiva y políticas fiscales agresivas que fomentaban la inversión
productiva y gravaba la renta extraordinaria, al pasar a una economía de mayor
libertad y menor presión impositiva, es decir, más parecida a lo que soñaba
Adam Smith, el resultado fue un estallido y una pobreza generalizada que pasó
largamente las fronteras de los Estados Unidos.
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Cola de gente desempleada esperando un café y sopa gratis
durante la gran depresión |
En
1930 la administración de Herbert Hoover no sabía como o no creía que el estado
pudiera tener una intervención activa para sacar al país adelante. El pensaba,
como se escucha ahora, que las cosas mejorarían en el semestre siguiente. Así
la crisis se transformó en una profunda recesión que duraría años. Luego de
1934 y ya bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt se empezaron a aplicar
políticas activas por parte del estado para intentar salir de la recesión.
Influenció mucho en esto las ideas del economista británico John Maynard Keynes
que proponía una activa participación del estado en estos casos a través de
obra pública y distintos incentivos para estimular la recuperación, inyectando
dinero público al sistema. Y durante su gestión, FDR repuso la alícuota del 91%
del impuesto a las ganancias individuales. La recuperación finalmente se consolidó
con el ingreso de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial y la
intervención masiva del estado en la economía, potenciando la producción de
todo tipo de armamento y equipos bélicos. Los efectos de la intervención
estatal perdurarían por décadas después de finalizada la guerra. FDR impuso una
serie de políticas sociales que pasaron a conocerse como el Estado de
Bienestar.
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La idea de Estado de Bienestar de los Demócratas
continuó durante la gestión republicana de Eisenhower |
Luego de los 4 mandatos de FDR más el de Truman, los demócratas
llevaban 5 períodos presidenciales consecutivos. En 1952 ganó la presidencia el
republicano Dwight Eisenhower que, a diferencia de lo que pedía el ala
conservadora de su partido, mantuvo en vigencia las políticas sociales de los
demócratas e incluso reforzó algunas. Mantuvo la alícuota en el 91% y para
fines de los 70, luego de las presidencias demócratas de Kennedy y Johnson, los
EEUU llegaron a los mayores índices de ocupación y bienestar que se recuerda.
Tan era la opulencia y la salud fiscal que pudieron financiar simultáneamente
una insana carrera armamentista producto de la Guerra Fría con la Unión
Soviética, la guerra de Vietnam y un ambicioso programa espacial que llevaría al
hombre a la luna en 1969. Esto mientras se invertía en infraestructura a lo
largo y ancho del país.
Habíamos
mencionado como el aumento de la productividad, que para esta época ya llevaba
150 años, se traducía en mayores sueldos y mejores condiciones de trabajo para
la extensa clase media que ya poblaba el país.
En
1953, el intelectual conservador Russell Kirk publica una obra monumental de 6
tomos llamada “The Conservative Mind” donde plantea el pensamiento
conservador de manera magistral, para los que gustan de esas ideas. Y ahí
propone que los progresos sociales deben producirse muy paulatinamente y a lo
largo de generaciones. El nivel de progreso social que él observa en ese
período de posguerra es insostenible según su perspectiva. Si las mejoras y
progreso continúan produciéndose al ritmo que llevan en poco tiempo se
generaría una inestabilidad social producto de demasiado bienestar.
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La marcha en protesta a la Guerra de Vietnam
del 15 de noviembre de 1969 en Washington DC
magistralmente recreada por Zemeckis en Forrest Gump |
Dentro
de este período se producen grandes movilizaciones sociales y profundos
cambios en la música, el arte y la estética en general. En los años 50 los afroamericanos comienzan a movilizarse por sus derechos. Los primeros grupos
ambientalistas empezaron a principios de los
60 a organizar marchas en contra de Dow
Chemical y Monsanto por los agroquímicos. Por otra parte los consumidores
empezaron a organizarse en contra de algunas grandes empresas, en particular
las automotrices. Las grandes fábricas sabían de ciertos riesgos o defectos de
fabricación que podían provocar accidentes. El cálculo que hacían era
exclusivamente desde un punto de vista de rentabilidad. Si mejorar un diseño en
todos los autos significaba una inversión de 100 millones de dólares, se lo
balanceaba con un estudio de los posibles accidentes, la cantidad de víctimas y
de ellas, 1 de cada 3 que iban a juicio, cuánto costaba indemnizarlas. Si el
costo era menor a los 100 millones la modificación no se hacía. Era más barato indemnizar. No importaban
las víctimas, solo las ganancias. Esta filosofía de las automotrices la desnudó
Ralph Nader, por entonces un joven abogado, cuando en 1965 publicó su célebre
libro
“Unsafe at any Speed”. El libro denunciaba que las automotrices no
fabricaban vehículos más seguros para ahorrar costos y así potenciar sus beneficios. Este libro cambió la industria
automotriz y al poco de publicarse ya se estaban aprobando leyes que regularían
la producción estableciendo standards de seguridad que fueron en
aumento hasta nuestros días. Otra industria que comenzó a sentir las protestas
de consumidores fue la tabacalera. Estos movimientos en defensa de los usuarios
en general tenían como contraparte las grandes empresas y corporaciones de los
Estados Unidos que empezaron a sentirse acusadas de ser los malos de la
película.
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Lewis F. Powell Jr. |
En
este contexto llegamos al año 1971. Otro abogado, esta vez de Virginia, llamado
Lewis Powell y que tenía entre sus defendidos a las grandes tabacaleras,
decidió hablar con los poderosos empresarios para decirles que se estaba
perdiendo una batalla cultural. Negros, gays, mujeres, obreros, estudiantes,
ambientalistas, consumidores en general, opositores a Vietnam, todo el pueblo
por un motivo u otro está movilizado y protestando. Powell sostiene que Kirk
Russell tenía razón cuando anunció 20 años antes que este momento llegaría: el
pueblo tiene demasiado bienestar. Y que muchos de estos activistas y
movimientos surgidos en la última década estaban minando la confianza
justamente en las grandes corporaciones que, en su visión, habían hecho grande
al país. Su propuesta fue la de contraatacar desde una estrategia integral. Ser
propietario de grandes medios ya no era suficiente. Había que producir los
contenidos, editorializar, generar usinas de pensamiento, auspiciar universidades
y colegios e imponer los nombres de docentes que comulguen con estas ideas y
diseñar la currícula y los planes de estudio con los contenidos de su elección.
Se crearon los primeros “think tanks” conservadores, entre ellos la célebre
Heritage Foundation, una de las primeras, destinada a generar, difundir e
intentar imponer estas ideas.
Powell a los 2 meses de presentado su "Manifesto" fue propuesto por Nixon para integrar la Corte Suprema de Justicia.
Pero su gestión fue el génesis de lo que hoy es una costumbre mundial. Hay todo
una infraestructura en todos los formatos imaginables destinada a promover los
valores conservadores y a favor de las grandes corporaciones montadas sobre la
idea de libertad de empresa y libertad económica y el repliegue del estado de
sus funciones regulatorias. Hoy las grandes cadenas de información no están
para informar sino para formar, crear una conciencia amigable a las
corporaciones y demonizar cualquier movimiento de derechos civiles, políticas
populares o intervenciones del estado en cualquiera de sus formas. Esta
estrategia se ha consolidado y perfeccionado hasta nuestros días como
observamos a diario.
Volvamos
ahora a la carrera productividad-sueldos. Para fines de la década de 1970 esta
lógica sufre un importante quiebre. A principios de esa década Nixon había
separado al dólar de su patrón oro con lo que el valor del dinero dejó de estar atado a un bien tangible como el oro. También en esa época se produjo la gran
crisis del petróleo que provocó grandes fortunas en pocas manos y en poco
tiempo. Estos fenómenos y otros que se producirían en la década siguiente como
por ejemplo el surgimiento de Bill Gates, un muchacho que con cero capital y
una buena idea se convertiría en pocos años en el hombre más rico del mundo, ya no pueden explicarse con la lógica de Adam Smith de oferta y
demanda y autorregulación del mercado. Sus reglas de juego "naturales" son largamente
insuficientes para regular o siquiera explicar esta nueva realidad. Y esto dicho después de 200
años en donde vimos claramente que jamás se usaron los plantes de Smith tal cual fueron planteadas.
Solo a partir de la actividad de estos centros de difusión y los medios de
comunicación vinculados a estos centros de poder corporativo que las ideas de
libre mercado y estado ausente se mantienen como una alternativa viable y deseable,
sin ningún correlato en la práctica y menos como gestión exitosa en país alguno.
Ahora
volvamos a la productividad. Habíamos mencionado que el aumento paulatino y
constante de la productividad en el trabajo tanto industrial como rural
permitió mejoras de sueldos y condiciones laborales y esta tendencia se mantuvo
desde los tiempos de la revolución industrial a finales del Siglo XVIII hasta
fines de la década de 1970.
En
los 60 se hicieron estudios aprovechando los ordenadores que ya tenían algunas
universidades. Introduciendo los valores de los avances producidos en
productividad gracias al impacto de la automatización y otras modernizaciones
dentro de las fábricas y contemplando el avance correspondiente en sueldos y
condiciones de trabajo del último siglo. Este estudio, solo considerando
matemáticamente como sería el futuro usando los datos duros disponibles hasta
ese momento, pronosticaba que para el año 2000, de seguir avanzando la
productividad como lo venía haciendo durante todo el siglo XX, las condiciones
de trabajo serían tales que el hombre promedio solo necesitaría trabajar muy
pocas horas a la semana y ganado sueldos tan elevados que la mayor preocupación
nacional sería cómo utilizar el tiempo libre. El problema sería proveer de
esparcimiento suficiente.
Pero
a partir de la segunda mitad de la década de 1970 una serie de fenómenos
sociales y tecnológicos hizo que ese acompañamiento lineal entre productividad
y sueldos comience a desaparecer. Las empresas continuaron creciendo en
productividad de manera lineal en sintonía con la historia de décadas
precedentes pero a partir de ahí los sueldos dejan de progresar de igual manera,
se estancan. En valores constantes o de poder adquisitivo incluso decrecen con el
tiempo. El ascenso social se revierte y aparecerá por primera vez una generación con peores condiciones de vida que su predecesora.
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A partir de la Crisis del Petróleo de 1973 y de los
procesos de globalización de la economía
los salarios reales empiezan a despegarse de
la productividad que continúa un ascenso lineal.
Este proceso detuvo el ascenso social y contribuyó
a la enorme concentración de la riqueza en pocas manos.
Todo el aumento del PBI a partir de 1980 solo fue a parar
al bolsillo del 1% más rico de la población. |
No
hay un único motivo para esto pero si una confluencia de razones que difieren
según el autor de cada estudio. Pero podemos resumir algunas causas que me
parecen atendibles. La revolución en las tecnologías que llevaron a una
interconexión más íntima del mundo y la globalización que sucede hizo que las
grandes empresas pudieran transnacionalizar su producción, centralizar compras y
ventas y globalizar sus mercados. Un trabajador calificado de EEUU se encontró de pronto con millones de
operarios calificados de todo el mundo compitiendo por su misma tarea. Esto
quitó fuerza negociadora a los sindicatos y por otra parte desvinculó a las
compañías del medio que las rodeaba. Esa mención de Henry Ford pagando buenos
sueldos porque de su plantel de trabajadores salía su clientela perdió total
significado. Ahora fábricas de EEUU estaban produciendo en Singapur o Malasia
los mismos productos que antes se fabricaban en sus plantas locales, muchas de
las cuales cerraron. Para comienzos de los 80 ya con Ronald Reagan de
presidente, esta corriente neoconservadora se anotaba su primer y más
importante triunfo. Con Reagan la tasa del impuesto a las ganancias personales
vuelve a bajar al 23% y la presión impositiva sobre los más ricos y sobre las
corporaciones llega a un mínimo histórico. La globalización también impactó en
el mercado de valores haciendo de las transacciones una industria en si misma.
Para
facilitar este libre movimiento de productos, divisas y centros de producción,
las grandes empresas y corporaciones presionan para que la mayor cantidad de
países adopten políticas de libre mercado y con la menor injerencia posible de
los gobiernos locales. Esto se exporta fronteras afuera de los centros de poder.
Pero en los EEUU los actores económicos aplican fuertes presiones a través de
sus lobbistas y aportes de campaña para que sus nichos de negocios no se vean
afectados. De esta manera, a pesar que EEUU clama por la apertura de los
mercados de sus vecinos y socios comerciales, mantiene muy protegidos ciertos
sectores que considera de su interés. Esto está en total sintonía con la
postura que Alexander Hamilton aplicó durante el primer gobierno hace más de 220
años. Y así seguirá siendo por mucho tiempo más. La apertura y el libre
comercio es una práctica que se exporta convenientemente pero no se aplica
puertas adentro. Y los países que quieren tener acceso a una porción del gran
mercado norteamericano tienen que aceptar grados de liberalización de su
economía que no son correspondidos por la potencia hegemónica. Un ejemplo de
esta asociación es el NAFTA, con Méjico y Canadá, que ya lleva más de 20 años
de vigencia. Mientras los estadounidenses no tienen problemas para ingresar a Méjico,
los mejicanos no gozan de igual derecho. Esto es solo la muestra más visible de
las asimetrías del tratado que mantuvieron a Méjico en igual o peor estado de
pobreza que antes del tratado. Mientras tanto miles de empresas norteamericanas
cruzaron sus plantas a territorio mejicano para pagar sueldos muy inferiores a
los que pagaban en su país de origen. El tratado benefició a las empresas
norteamericanas pero perjudicó a los trabajadores, dejándolos desocupados o con
sueldos deprimidos.
Mientras
esto ocurre y la riqueza se concentra en cada vez menores manos, los medios, las
academias y cuanto formato dispongan las corporaciones bombardean a diario las
bondades de políticas que han demostrado ser nefastas para el grueso de la
población. Y paralelamente demonizan cualquier intento de revertir o poner
límites a esta fiesta para pocos que ha producido en los últimos 30 años la
desigualdad más grande de la historia, peor que en las épocas de los faraones o
de los feudos medievales.
Instituciones
como el FMI fueron las encargadas de divulgar ideas económicas liberales por
todo el mundo y presentadas como “sanas” e incuestionables. Cualquier propuesta
alternativa o crítica a sus rígidos esquemas económicos se menosprecia y
ridiculiza. Cuando se difundieron por el mundo los comportamientos
exigidos por el FMI y fueron aplicados en países tan disímiles como Jamaica,
Rusia, Argentina o Corea del Sur, los grandes capitales fluían a sus anchas por
todo el globo. Hasta que absolutamente todos, uno por uno, fueron colapsando en
mayor o menor medida produciendo una seguidilla de crisis entre 1998 y 2002.
Para ese momento el FMI perdió credibilidad y gravitación a nivel global, pero
aun así sigue imponiendo sus condiciones cada vez que un país necesita un auxilio
urgente. Es el caso de Grecia en la actualidad.
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Las recetas del FMI incluían la liberalización de los
mercados de capitales que produjo crisis hasta en países
con economías sanas como Corea del Sur |
Latinoamérica,
después de esa época de crisis que afectó a muchos de sus miembros, adoptó
políticas alternativas de diversa índole y de acuerdo a las diferentes
circunstancias y tuvo un notable crecimiento entre el período 2002-2010, en
particular países como Brasil, Bolivia, Argentina, Ecuador y Venezuela.
Dificultades que aparecieron a partir de la crisis de 2008 y la caída del
precio del petróleo y los granos complicaron la situación fiscal e interna de
muchos de estos países. Los medios mencionados y las grandes corporaciones de
las que forman parte empezaron coordinadamente un proceso implacable de
desgaste de las figuras y partidos populares en todos estos países siguiendo al
pie de la letra las estrategias que se diseñaron a partir de la idea original
de Lewis Powell. Esto, sumado a errores de los propios atacados, algunos
groseros, han ido volcando las voluntades se sectores amplios de la población
hacia alternativas que incuestionablemente le serán perjudiciales pero que se
han impuesto gracias a un incesante bombardeo informativo. Ocultando
estratégicamente los fines utilizaron todo medio a su alcance hasta lograr
reubicarse en algunos centros de poder aun sin haber podido exhibir algún tipo
de éxito ni político ni económico en el pasado que justifique semejante
entusiasmo de cara al futuro.
Y
otro fenómeno que estamos observando en la actualidad es una vuelta más de la
misma tuerca. Ahora las corporaciones quieren y promueven meta-estructuras
donde podrán moverse con mayor libertad aun por encima de gobiernos y
legislaciones nacionales. Estos son los tratados del Trans-Pacífico y el nuevo
Tratado del Atlántico que se han negociado a espaldas de los Congresos de cada
país y con cláusulas secretas. Es el triunfo definitivo de las corporaciones
por sobre el sistema político y los soberanos mismos, que son los pueblos, en
las democracias actuales.
Por
el momento dejo aquí este resumen de la historia del desarrollo económico de
los últimos 200 años centrado en el desarrollo particular de los Estados Unidos
pero que el lector fácilmente podrá extrapolar a nuestra particular realidad.
Se podrá ver que los procesos históricos locales han sido un reflejo de lo que
estaba ocurriendo en el gran país del norte. Queda para una segunda parte el
análisis de la desregulación financiera de finales de la gestión Clinton y como
eso deriva en la burbuja y el estallido de 2008. Los hechos narrados están
todos referenciados y chequeados por más de una fuente. La selección y la
interpretación de los mismos corre por mi cuenta y como siempre aclaro,
responde a mi particular forma de ver.
Update: para entender en más profundidad el proceso y qué significó el Manifesto Powell invito a los lectores a escuchar mi podcast de 2021 sobre el tema:
Bibliografía y notas
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Nations – Encyclopedia Britannica Press - 1970
2. Michael E. Newton - Adam Smith
and Alexander Hamilton on income and sales taxes. - November 23,
2010
3. HAWB – Blog – How Alexander
Hamilton Rejected Adam Smith – 20-10-2015
4. Steven Horwitz - Hoover's Economic Policies – Concise Encyclopedia of
Economics – Sept-2011
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Mind - Alabama Policy Institute - Oct 2005
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7. Wikipedia – Herbert Hoover
8. Wikipedia – J.P. Morgan
9. Wikipedia – John D. Rockefeller
10. Wikipedia – Lewis F. Powell Jr.
11.Dean Baker - Behind the
Gap between Productivity and Wage Growth – Center for Economic an Policy
Research – Febrero 2007
12. Robert Z. Lawrence – The
Growing Gap between Real Wages and Labor Productivity – Peterson
Institute For International Economics - 21-07-2015
13. Ralph Nader – Unsafe at Any
Speed – Grossman Publishers - NY Oct 1965
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– First 30 Years - Independence Hall Association in Philadelphia – © 2008
15. http://mihistoriauniversal.com – La Ilustración
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17. Montoya Roberto - El Imperio Global - Editorial El Ateneo © 2003
18. Thomas Hartmann - The Crash of
2016 - Hachette Book Group © 2013
19. Thomas Piketty - El Capital en el Siglo XXI - Capítulo IV - Primera Edición en Castellao © 2014 - Fondo de Cultura Económica Argentina S.A.