Discurso sobre el 200° aniversario del 9
de Julio de 18 16
Hoy
estamos celebrando un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia.
El 9 de julio de 18 16,
hace exactamente 190 años, en esta ciudad, entonces un pequeño pueblo de 12
manzanas, delegados de la mayoría de las provincias que formaban el ya extinto Virreinato
del Río de la Plata, que estaban reunidos y debatiendo desde el 24 de marzo,
dieron forma a la citada declaración. Hoy nos toca rememorar y homenajear ese
momento fundacional de la historia patria.
Con
el correr del tiempo, nuestro presente como sociedad, y por lo tanto la
percepción de la realidad, va mutando con las circunstancias, y de igual manera
nuestra forma de interpretar la historia. Como dijo una vez Juan Carlos
Pugliese, distinguido legislador que presidió la cámara de diputados en los
años 80, cuando recuperamos definitivamente la democracia, con su particular
humor entre absurdo e irónico: “la Argentina puede tener un futuro
incierto, pero su pasado es imprevisible”.
Justamente
estos aniversarios sirven, cada año, para revisitar los acontecimientos y
analizarlos desde nuestro presente, que
es una consecuencia de lo que nos ocurrió en el pasado.
Para
describir brevemente el contexto en que se desarrollaron los hechos de aquel 9
de julio podemos decir que las Provincias Unidas de América del Sud - todavía
no se llamaba Argentina-, y que incluían lo que hoy es Bolivia, estaban en una
situación crítica. Los realistas, que habían recuperado grandes porciones del
continente, el norte (actual Venezuela), el altiplano y la capitanía de Chile,
amenazaban las débiles fronteras del único bastión revolucionario que quedaba.
San Martín trataba de armar su Ejército de los Andes en Mendoza y en el plano
político interno había grandes conflictos de intereses, en especial con las
provincias del litoral y la banda oriental, que bajo la influencia de Artigas,
habían convocado a otro Congreso unos meses antes y que se negaron a mandar
delegados a Tucumán.
Estos
conflictos, propios de esa época en que un proyecto de país estaba recién
naciendo, eran sorprendentemente similares a los que aún persisten en los
debates políticos actuales, y que no hacen más que confirmarnos que no hemos
resuelto todavía cuestiones básicas de nuestra organización como nación.
Producida
la Revolución de Mayo, en 1810, dentro de los dirigentes de esa época, incluso
en la Primera Junta, había un grupo de auténticos revolucionarios que soñaban
con un país moderno, participativo, con educación, ciencias, industria y
comercio, inclusión, mercado interno, distribución de riquezas. Este sector
estaba enfrentado con otro sector que participó de la emancipación de España,
pero que había prosperado y consolidado su poder económico y político con el
sistema monárquico y no estaba dispuesto a renunciar a sus privilegios. Este
último sector pudo imponer su poder y desplazar a los revolucionarios que
soñaban con una república moderna: a los 9 meses de aquel 25 de Mayo el cuerpo
de Mariano Moreno era arrojado en alta mar, y poco tiempo después Belgrano era
destinado lejos, combatiendo a los realistas sin ningún apoyo en el alto Perú.
Seis
años después, en el Congreso de Tucumán, estas disputas persistían. Las
autoridades de Buenos Aires querían que San Martín abandonara sus proyectos de
liberación y fuera al litoral a reprimir a las fuerzas de Artigas, que promovía
los ideales republicanos, una profunda reforma en la posesión de las tierras y
medidas que amenazaban los intereses de los grandes terratenientes que
obtuvieron su riqueza gracias a su vinculación con la Corona y al contrabando.
San Martín, en su grandeza, desobedeció esas órdenes y paralelamente apuró a
los Congresales para que declarasen la independencia y se definiera rápidamente
la situación del país.
Para
1816, después de la profunda crisis que significó la Revolución Francesa, las
monarquías se estaban restaurando por todo el continente europeo. La única
república que permanecía en el mundo eran los Estados Unidos. Las discusiones
entre los republicanos y monárquicos se hacían cada vez más acaloradas dentro
del Congreso. Nada se había avanzado desde 1810. Y todavía faltaban casi 40
años para que se consolide la organización nacional mediante la sanción de una
Constitución.
Como
la mayoría de los actos políticos “consensuados”, la Declaración finalmente
acordada el 9 de julio entre los congresales era lo suficientemente vaga como
para conformar a todos. El acta redactada ese día hablaba de “romper
los violentos vínculos que la ligaban a los Reyes de España… sus sucesores y
metrópoli” pero en ese momento no mencionaba nada sobre otras
potencias, porque existían entre los Congresales quienes proponían pasar a
depender de los portugueses, franceses o ingleses, como manera de garantizar la
independencia de España.
Antes
de pasar una copia de la declaración al Ejército, que estaba al mando de San
Martín, de quien todos conocían sus firmes ideales independentistas y
republicanos, el diputado Medrano, que presidía el Congreso, ordenó, en sesión
secreta el 19 de julio, agregar las palabras “y de toda dominación extranjera”
para evitar el enojo del patriota general, no tanto porque respetaban sus
ideas, sino su poder de fuego.
Aunque
suene absurdo, este nivel de debate aún persiste en sus formas: todavía
escuchamos a varios de nuestros políticos clamar por “relaciones carnales” o
alineamientos automáticos con potencias de turno, como manera de garantizar
hipotéticas seguridades, inversiones y crecimientos que todavía esperamos.
Estamos recién, como regresando de una enorme elipsis de 200 años, volviendo a
debatir la realización, la independencia y la fundación de una gran nación
latinoamericana que pueda, de una buena vez, integrar a sus pueblos, contener a
sus ciudadanos, volver protagonistas a sus habitantes originarios, desplazados
y saqueados por siglos. No es otra cosa que intentar realizar los sueños de
nuestros más ilustres próceres, que fueron subvertidos durante demasiado tiempo,
desechados, reemplazados por ideas más mezquinas.
San
Martín y Belgrano, nuestros mayores próceres, fueron protagonistas también de
este 9 de julio. El militar, desde su comandancia en Mendoza, estaba pendiente
de las deliberaciones en Tucumán, escribiendo varias veces al diputado por
Mendoza Godoy Cruz con recomendaciones y consultas. Belgrano, como sabemos, era
un Congresal muy activo en Tucumán. Ambos tenían muy claro que la educación era
la herramienta fundamental para hacer un país viable.
Sin artes, ciencia, agricultura y población
las provincias unidas no se podrán constituir en república escribía San
Martín en esos días. Belgrano ya había propuesto casi 20 años antes la
educación estatal, gratuita y obligatoria. Estas ideas fueron dejadas de lado
por décadas, y estos auténticos personajes murieron, uno en el exilio y el otro
pobre y olvidado.
El 9 de Julio de 18 16 se declaraba
la independencia de España, a nivel administrativo, político y militar, pero la
auténtica independencia de un pueblo, que es el país real, se logra con la
educación de sus habitantes. El saber da libertad, da independencia,
posibilidades de realización personal. Esa es nuestra función en este ámbito, y
ahora, que estamos trabajosamente recuperando un país que fue desvastado durante
décadas, es importante tomar conciencia de este presente que vivimos, donde nos
volvemos a mirar a la cara con nuestros vecinos, con quienes hemos compartido
este trabajoso nacer como naciones y que recién ahora estamos descubriendo que
nuestros problemas y sueños son los mismos, que podemos trabajar juntos como
continente, que nos podemos complementar y lograr un auténtico desarrollo, sin
tutelajes, sin organismos multilaterales, sin influencias homogénicas, esa
“metrópoli” de la cual nos declaramos independientes hace 200 años. Uds.
alumnos, a quienes va a pertenecer el futuro, tienen la irrepetible oportunidad
de vivir y consolidar, quizás por primera vez, la auténtica independencia que
en esta ciudad se declaraba, en un día soleado como hoy, el 9 de julio de 18 16.
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