He
dedicado valiosos minutos de mi vida a debatir con gente innecesaria sobre
déficit, si Macri si, si Macri no y sobre la manera de mirar el presente, esto
último dicho con mucha generosidad. La discusión en general se centra en
facetas formales y rivalidades de estilo futbolísticas. Sobre problemas de
fondo poco y nada.
Mi
preocupación no es ni por cerca eso. Mi metier en estas mis últimas décadas de
vida consiste en dejar la posta lo más acomodada posible y eso me obliga a
mirar una película mucho más extensa que los índices económicos de los últimos
meses, nimiedades que ocuparon mucho del tiempo de debates fútiles.
El
mundo, en términos generales y en particular en occidente, va rumbeando a un
grado de desigualdad que tarde o temprano se tornará intolerable. Mi gran
frustración es ver como políticos, sindicalistas y votantes no tratan este tema
para nada. La coyuntura parece abarcar hasta el breve horizonte que estos actores
sociales pueden percibir. Y de esta manera los cambios o contrastes propuestos
se esfuman en un semestre. Nada de propuestas de largo plazo, nada de trazar un
objetivo ideal que permita evaluar si la legislación, decretos, obras o
políticas que adoptamos a diario van en esa dirección o no.
La
discusión del 2015 entre Massa, Macri y Scioli no generó en ningún momento la
pregunta sobre el modelo de largo plazo de país que queremos como para
continuar con la pregunta sobre si cuál de las opciones llevaba de mejor manera
a ese objetivo. Sin destino, cualquier camino será adecuado. No podemos fallar
el objetivo porque nunca se lo definió. Es una manera triste de transcurrir
nuestra actividad política y casi una garantía de frustración. Nunca lograremos
llegar a buen puerto porque no sabemos dónde está ni para qué queremos arribar
ahí. Y en mi ejercicio de tratar de establecer un conjunto de parámetros que
nos representa como sociedad he llegado a la conclusión que hay un amplio
espectro de objetivos donde gran parte de la población acuerda. Y un arcoíris de
ofertas políticas oportunistas y efímeras no representa ni por asomo las ideas
bastante extendidas y coincidentes de un sector mayoritario de la sociedad. Creo
que si esto se logra en algún momento podemos avanzar hacia un país deseado por
la mayoría y las ofertas políticas van a tener que limitarse a las proximidades
de este espectro de anhelos definidos y no derivar en experimentos no deseados,
no autóctonos o aventuras empresariales a espaldas del deseo popular, como ocurre
actualmente. Las coyunturas podrán ser analizadas en función de cuanto nos
acercan o alejan del objetivo y las ofertas políticas tendrán que hacer frente
a estas demandas en particular durante las campañas. Y a partir de esta
definición como nación definir como nos insertaremos en el continente y el
mundo. Es fácil concluir en este momento que la política ha fallado o que los
políticos son todos iguales, pero los soberanos somos los ciudadanos y si el
debate no lo plantean los dirigentes lo debemos hacer los ciudadanos. Este tema
es dantescamente largo así que estos párrafos son una breve introducción. A lo
largo del año iré desarrollando la idea, exponiendo los datos que vengo
recolectando de años de observación de la historia argentina, absorbiendo los
comentarios y contribuciones de los pacientes lectores y tratando de explicitar
una serie de características del país soñado que sé positivamente compartido
por grandes mayorías, muchas veces sin darnos cuenta. Es mi humilde
contribución. Quedan advertidos.
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