COMENTARIOS PARA LECTORES OCASIONALES

Inauguré este sitio con 5 artículos que ya tenía escritos, entre 2003 y 2005. Algunos analizaban un momento particluar y pueden sonar desactualizados, pero en la mayoría de los casos son hechos cuyos efectos perduran.
A partir de ahí voy subiendo mis comentarios que considero más interesantes para el público interesado en temas políticos. En general tratan temas de política internacional, de Argentina y Latinoamérica. Muy rara vez escribo sobre la política local de mi provincia, Tucumán.
Espero que disfruten del blog.

miércoles, 23 de marzo de 2022

UCRANIA, EL DESENLACE ANUNCIADO

Por Luis Octavio Corvalán – Marzo de 2022

Intentar escribir sobre Ucrania hoy es todo un desafío. Es el tema del momento, está en todas partes. En esta nota intentaremos dar nuestro propio punto de vista. 

El 24 de febrero pasado, Rusia invadió formalmente Ucrania. La visión “mainstream” de occidente y buena parte del mundo es que Putin, el líder autocrático ruso, es el culpable de esta inaceptable movida militar, contrariando toda norma de convivencia internacional. En general, los países occidentales y en particular los de la comunidad europea, se estorban unos a otros para acoplarse a las condenas y sanciones económicas que sugiere Washington.

El rol de Estados Unidos en esto es como ese promotor que sentado cómodo en el ringside grita al boxeador que está en el cuadrilátero cómo debe enfrentarse y lastimar a su contrincante, más grande, potente y gran favorito para ganar la pelea. Lo que menos tiene pensado el promotor es subir al cuadrilátero para colaborar con su cuerpo e integridad en la pelea. Ahora vamos a analizar un poco mejor cómo es que llegamos a esto.

Caída del Muro de Berlin - 1989

Para no irnos muy atrás, vamos a comenzar esta historia con la caída del muro de Berlín en 1989 y  luego, un par de años más tarde, después del colapso de la Unión Soviética, en que los estados pertenecientes a ese conglomerado quedaron echados a su suerte y con la posibilidad de declararse independientes. Es así que Rusia pasó a ser un país más, el componente más grande y poderoso de la ex unión, pero no más que eso: un país más. Y mientras Estados Unidos sacaba ventaja de esa crisis y de la debilidad de su principal enemigo - recordemos que para el ciudadano medio norteamericano, Rusia y la URSS eran sinónimos y muy pocos conocían la diferencia  - al mismo tiempo fueron captando para su lado de la grieta ideológica que significó la guerra fría, a la mayoría de estos estados ahora independientes. Con el tiempo, muchos pidieron integrar la Comunidad Económica Europea y, para 1999, varios de estos estados fueron admitidos en la OTAN, la alianza militar creada en 1949 para defender a Europa Occidental de un avance expansionista de la URSS, justo en el año en que pasó a ser una potencia nuclear. En 2004 se agregaron otros países a esta alianza militar, algunos de los cuales compartían frontera con Rusia.

Boris Yeltsin - Vladimir Putin

Para entonces, Rusia ya estaba dirigida por Vladimir Putin, un líder carismático, ex espía, atlético y vigoroso, que contrastaba con el etílico y torpe semblante de Boris Yeltsin, que permitió, con el apoyo de Estados Unidos y el FMI, hundir a Rusia en una crisis inédita, con niveles de pobreza, de marginación, desocupación y hambre como jamás vivieron durante los años de comunismo. Putin comenzó a recomponer la economía y a devolver la autoestima a un pueblo golpeado, y dejó muy en claro luego de la incorporación de Letonia, Lituania, Estonia y Rumania a la OTAN el 29 de marzo de 2004, que no toleraría más avances de la coalición militar hacia sus fronteras. Se refería puntualmente a países como Ucrania, Georgia y Belarus, entre otros.

Estados Unidos, en lugar de incorporar a Rusia a la órbita de países que ya habían abandonado el comunismo y de tomarla como una aliada estratégica - algo que podrían haber hecho durante los años de Yeltsin - , disolver la OTAN - cuya función ya no tenía objetivos reales -, y contribuir a lograr ese soñado mundo liberal y democrático donde nadie tenía que pensar, como lo vaticinaba Francis Fukuyama en ese ridículo best-seller “El fin de la historia”, se vio tentado, en cambio, a aprovechar la debilidad rusa para consolidarse como potencia hegemónica y de paso humillar a su disminuido rival.

Fue así que Estados Unidos comenzó a utilizar a la OTAN para desintegrar a su antojo a la ex Yugoslavia, bombardeando ciudades y población civil sin consultar siquiera a su contraparte rusa,  expandiendo de esa manera a la OTAN, tal como lo mencionamos anteriormente. Esto contrastó con la política empleada al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando EEUU contribuyó a reconstruir Alemania y Japón y a incorporarlos como socios, para no repetir la experiencia de la guerra anterior, donde humillaron a Alemania, condenándola a cubrir los gastos de la guerra, hundirla en un crisis económica y humanitaria que desembocó en la aparición de Adolf Hitler y todo lo que sobrevino después.

Belgrado en llamas por el bombardeo de
EEUU y la OTAN

Aparentemente, se olvidaron de esa experiencia y aquí repitieron la historia. Para fortuna de la humanidad, en Rusia apareció Putin y no un Hitler. En las dos décadas y monedas que lleva en el poder, Putin no mostró jamás una intención expansionista ni agresiva hacia ninguno de sus vecinos. Sí reprimió intentos separatistas, en particular en Chechenia, como lo mostraron otros países ante similares situaciones. Estados Unidos en el siglo XIX, Gran Bretaña, España y otros más recientemente.

Sin embargo, todos los involucrados hoy en este conflicto sabían perfectamente que Putin había aclarado taxativamente que cualquier otro avance de la OTAN significaría una “amenaza existencial” para Rusia y que habría una respuesta acorde. La amenaza existencial es la contraparte del latiguillo que usa EEUU cuando expresa una “amenaza a la seguridad nacional” y actúa sin el menor reparo por las formas, defendiéndose a su capricho del proclamado riesgo. Pero en 2004, año en que Putin empezó a expresarse en ese sentido, EEUU no veía en Rusia a un actor capaz de llevar a cabo sus amenazas y siguió, como lo expresa el catedrático John Mearsheimer (Chicago University) “hincando con un palo al oso” con la suposición de que nada ocurriría.

Con esto en mente y con la obligada venia de EEUU, en abril de 2008 el general Jaap de Hoop Scheffer, Secretario General de la OTAN, expresó que Ucrania y Georgia eventualmente ingresarían al tratado militar. Las relaciones entre Rusia y Georgia habían sido siempre conflictivas desde la caída de la URSS. Y empeoraron a partir del año 2000 cuando Putin asume el poder. Luego de muchos problemas y tensiones entre ambas naciones, justamente durante ese abril de 2008, tanto el presidente de Georgia Mikheil Saakashvili como su par norteamericano George W. Bush expresaron el interés de incorporar a ese país a la OTAN. Y tal como dejó claro Putin poco tiempo antes, en agosto de ese año dieron comienzo las acciones militares entre Rusia y Georgia. Para octubre finalizaron los enfrentamientos, con dos regiones separatistas independizadas del gobierno central de Georgia y aniquiladas las ambiciones de unirse a la OTAN. Georgia no se anexó a Rusia y es hoy un país independiente.

O sea, el que se haya sorprendido de lo que ocurrió a partir del 24 de febrero pasado, no conoce o no quiso recordar la historia reciente. La guerra de Georgia de 2008 puso en evidencia la obsolescencia del aparato militar ruso y la falta de profesionalismo de sus tropas. Esto no pasó desapercibido para Putin, que se puso en campaña para modernizar su ejército. Ese fue un objetivo central desde entonces, logrando impresionantes resultados que hoy se observan en las decisiones que tanto EEUU como sus socios europeos toman, de no involucrarse militarmente en el conflicto. Rusia es un rival de respeto hoy, incluso para una superpotencia como Estados Unidos.

Georgia en agosto de 2008 - Apoyada por EEUU

Ucrania es un país más grande que Georgia y ubicado en un lugar aún más estratégico, visto desde Europa.  Sus dirigentes tenían una relación de cooperación y simpatía hacia Moscú, pero esta situación se vio alterada drásticamente en febrero de 2014, cuando manifestantes nacionalistas de extrema derecha y otros descontentos empezaron numerosas protestas callejeras en contra del presidente Viktor Yanukovych, democráticamente electo en 2010 y con estrechos vínculos con Moscú. Estos manifestantes recibieron inmediato apoyo de todo tipo por parte de los Estados Unidos y el 24 de ese mes Yanukovych fue depuesto y su gobierno derrocado. Se había negado a firmar un tratado que iba a incorporar a Ucrania a la CEE. Los gobiernos que lo sucedieron fueron, por supuesto, pro-norteamericanos.

El país que se llena la boca de democracia no tiene inconveniente en apoyar golpes de estado contra gobiernos democráticos si estos son en su beneficio. La inmediata reacción de Rusia fue anexar la península de Crimea, que fue obsequiada a Ucrania por Rusia cuando ambos formaban parte de la URSS. En esa península está Sebastopol y la principal base naval rusa del Mar Negro. Una consulta popular realizada al poco tiempo arrojó que más de un 90% de la población de Crimea deseaba ser parte de Rusia y no de Ucrania. Los países occidentales jamás reconocieron esa anexión y siguen reclamando su devolución.

Otra de las consecuencias de la Revolución de la Dignidad, como se autoproclamó el golpe de estado de febrero de 2014, fueron los levantamientos de regiones de Ucrania oriental, donde se habla ruso, en conflicto con sus conciudadanos que hablan ucraniano. Estos movimientos separatistas recibieron apoyo militar y de inteligencia de Rusia y se convirtieron en un conflicto interno irresuelto hasta ahora, con sectores virtualmente independizados del gobierno central de Kiev, que no dudó durante estos años en bombardear a la población civil e intentar por la fuerza recuperar control de esa región rebelde.

Europa, mucho más expuesta a estos conflictos que transcurren en su propio territorio, conoce perfectamente esta historia pero carece hoy de verdaderos líderes que pongan sus propios intereses económicos, de seguridad, estratégicos y energéticos por delante de las decadentes ambiciones imperiales de los Estados Unidos. La falta de una dirigencia compuesta por verdaderos estadistas le está dando a Europa un rol bastante patético en esta crisis, donde EEUU desde su comodidad y distancia, aislada por dos océanos, mueve los hilos de este conflicto donde solo aporta retórica e ingentes negocios para su siempre presente complejo militar industrial, mientras los muertos y la destrucción de infraestructura civil e industrial y el colapso económico y humanitario lo aporta Ucrania.

Todo esto es consecuencia directa - por más que algunos medios insisten en negarlo - , del flirteo de occidente con la incorporación de Ucrania a la OTAN, que se reavivó desde la llegada de Zelensky al poder. Según el investigador John Mearsheimer ya nombrado, Ucrania se convirtió en el último año y pico en un miembro “de facto” de la OTAN. Lo dejaron jugar con la posibilidad concreta, pero cuando vino la reacción rusa y la invasión del 24 de febrero, Zelensky vio que todos los que lo impulsaron a hacerse “el bravo” lo dejaron solo en el campo de batalla. La destrucción del país lo llevó a admitir recientemente que nunca estuvo en sus planes incorporarse a la OTAN y así buscar una manera elegante de frenar el avance ruso y salir del atolladero. Si a esto lo hubiera manifestado abiertamente antes de la invasión, el conflicto no se hubiese producido. Sabe, mediante los encuentros que está teniendo, que los rusos no piensan conquistar Ucrania. Los sueños de Zelensky de ingresar a la alianza militar no ocurrirán, deberá reconocer que Crimea es parte de Rusia y más que probablemente deberá, además, reconocer la autonomía de las regiones rebeldes del este. Podrá, si se llega a un arreglo, conservar el resto de Ucrania e incorporarla eventualmente a la Comunidad Europea, pero no a la OTAN. Las potencias occidentales no se involucran directamente porque saben que Rusia está enganchada en una guerra de posiciones, muy estática y controlada, aún a costa de sus tropas y vehículos terrestres, desplegando una porción ínfima de su arsenal militar, con la única intención de poner presión sobre el gobierno ucraniano para negociar desde una posición de fuerza.

Ucrania 2022 - Una guerra que
Occidente pudo prevenir

El mayor problema que la resistencia ucraniana está generando a Occidente, y a Estados Unidos en particular, es prolongar el conflicto más allá de las propias previsiones del Pentágono y la OTAN. Esto les genera un dilema moral que no tenían previsto: la resistencia ucraniana, que evita una fácil y rápida victoria rusa, expone el flagrante abandono de Occidente en materia militar a Ucrania. Estados Unidos prohibió a Polonia enviar a Ucrania sus aviones de fabricación soviética, que los pilotos ucranianos saben operar, para no escalar el conflicto. Ellos –los Estados Unidos – son conscientes de que a este conflicto lo gana Rusia. El peor escenario es la prolongación del conflicto o peor, que Rusia empiece a perder. Lo que no quieren hacer es arrinconar a un enemigo que ve el acercamiento de Ucrania a Occidente como una “amenaza existencial”, y más que nada cuando ese enemigo tiene a su disposición un arsenal nuclear y lo tiene alistado.

Los puntos que Putin exige para un alto el fuego y el retiro de tropas son temas que Washington sabía de antemano que se iban a tener que aceptar. La valiente, heroica y patriota resistencia que está exhibiendo el pueblo y fuerzas militares ucranianas está demorando ese desenlace y profundizando la crisis económica en Ucrania, en Rusia y en el resto de Europa e impactando incluso en Argentina. Nadie quiere que esto se extienda.

Contradicciones que se producen en un mundo donde las fronteras ideológicas se diluyen y donde las añoranzas de poder absoluto de un imperio en decadencia llevan a muchos a embarcarse en conflictos absurdos y fácilmente evitables. Por esta razón China mira expectante, sin condenar a Rusia, porque ya sabe de sobra que nada gana siguiendo un juego dialéctico y vacío de contenido de su principal rival económico y estratégico. Además, Putin cumplió con su promesa a Xi Jinping de no invadir Ucrania hasta finalizadas las olimpíadas de invierno de Beijing. Lo hizo 48 horas después.

Esto es lo que vemos en la superficie. Rusia, y en particular Putin, totalmente a contramano de la propaganda y discurso imperante en Occidente, no tienen intención de anexar Ucrania, ni restaurar la Unión Soviética, ni de seguir conquistando Europa. Nunca mostró ambiciones expansionistas.

Las provocaciones de Estados Unidos, en particular desde la asunción de Joe Biden, que a los 2 meses tildó de “asesino” a Putin y casi en simultáneo humilló a la delegación china en Alaska en el primer encuentro comercial entre ambas potencias, empiojaron más las ya difíciles relaciones que venían arrastrando desde la caótica gestión Trump en materia internacional. La violencia siempre es mala, y esta vez hay algo de legítimo en condenar el accionar de Rusia y Putin. Pero desgarrarse las vestiduras, prohibir a atletas a competir, congelar fondos de ciudadanos rusos y demás sobreactuaciones no pueden provenir de quienes usaron la fuerza, las invasiones y el poder militar en general para imponer sus gustos e intereses económicos al resto del planeta. Al menos, hay que adoptar una visión prudente dentro de un mínimo contexto histórico, como el que hemos intentado mostrar en esta nota.

domingo, 20 de marzo de 2022

EL DIODO

 -O cómo perder un país en pocos años-

El diodo es el componente electrónico más simple. Permite que los electrones circulen libremente en un sentido pero les hace casi imposible circular en el sentido contrario.

Argentina, como Nación, creó a lo largo del siglo XX una cantidad importante de grandes empresas para explotar sus recursos naturales, generar energía, brindar servicios, transportar a su población y sus productos por vía terrestre, aérea y marítima, producir acero para sus industrias y muchas otras actividades. El estado era capaz de fabricar locomotoras, vagones, barcos y aviones y muchas cosas estratégicas más.

Por carecer de grandes inversores privados o mercados de capitales suficientes, fue el Estado, con el dinero de todos los ciudadanos, el encargado de llevar adelante todos esos emprendimientos. Y así se convirtió en el país con más kilómetros de ferrocarriles de Sudamérica, con más universidades, con una clase media única en la región y con una fuerte industrialización que se disparó a partir de la Gran Guerra de 1914 cuando, a causa de ese conflicto, los productos importados dejaron de llegar al país.

Esta forma de desarrollo continuó durante muchos años, atravesando gobiernos conservadores, radicales, la década infame con su ristra de gobiernos de derecha, se potenció durante el primer peronismo de los 40 y 50, continuó luego con los gobiernos militares y se consolidó durante el variopinto espectro de gestiones accidentadas de los 60, nuevamente radicales y gobiernos de facto incluidos. Para 1973 y 1974, cuando retorna el peronismo, Argentina disfrutaba de los índices de desocupación más bajos de su historia y de las mayores participaciones industriales en sus exportaciones. Una situación envidiable, y aun con eso conflictos políticos a raudales. ¿Por qué? Porque como dijo Fidel Castro el 25 de mayo de 2003 en la Facultad de Derecho, "cuando ese mundo mejor posible se alcanza, un mundo mejor es posible". Los argentinos querían, pretendían y tenían derecho a algo aún mejor.

A partir de 1975, empezó a tallar con más fuerza y llegar al Ministerio de Economía los genios liberales que convencieron, primero a pocos, pero a partir de la década del ochenta y, particularmente en Argentina, a partir del estrepitoso fin del gobierno de Alfonsín, que todo eso que se vino haciendo estaba mal.

Las políticas económicas que impusieron como las correctas, sin embargo, no pudieron jamás mostrar resultados siquiera parecidos a los que Argentina había logrado décadas atrás cuando todas las gestiones aplicaban otras ideas económicas, en mayor o menor medida.

Argentina se subió a la moda del Consenso de Washington que presionaba para que todas las empresas que durante décadas habían sido estatales, o sea, que pertenecían al conjunto de la población y que apuntaban a beneficiar a ese conjunto, debían pasar a manos privadas para beneficio de un reducido grupo de inversionistas y aventureros.

Y eso se hizo. Rápido, con la complacencia de sindicatos, con fervoroso apoyo de los medios, cuyos accionistas pasaron a beneficiarse de ese proceso privatizador, el país fue desmembrado y despojado de sus bienes, sus empresas, sus recursos naturales, sus medios de transporte, sus rutas terrestres, fluviales, marítimas y aéreas. Todos aplaudían este desguace de grandes porciones de infraestructura, de las grandes empresas de servicios, de las acerías, de los pozos petroleros y gasíferos, de los yacimientos de carbón de piedra, de hierro y encima entregando bienes que antes no se explotaban como tales a empresas extranjeras. Así entregamos rutas para que recauden privados pero que al poco tiempo tuvimos que volver a mantener nosotros, como sociedad, mientras seguíamos permitiendo que la recaudación lo lleve una empresa privada.

Todos esos desastres económicos fueron, sin embargo, anunciados como grandes triunfos del sentido común y de las excelentes prácticas económicas. Argentina ya no tenía dólares para satisfacer la demanda de importadores, de sus propios ciudadanos que deseaban ir al exterior, etc. Había que disponer de dólares para pagar las enormes deudas que tuvimos que tomar crónicamente o que fueron inducidas para satisfacer bicicletas financieras de un sistema de capital ahora internacionalizado, liberalizado, casi sin controles.

Los que hablaban pestes de las ideas estructuralistas, de la sustitución de importaciones como herramienta de desarrollo, de la protección a la industria local, de instrumentos de política económica como el "compre nacional" y otras medidas que tuvieron éxito por décadas, todavía no lograron exhibir los beneficios y logros de sus ideas, luego de casi medio siglo de intentar aplicarlas.

Ahora, si nos ponemos a leer lo ocurrido y a sacar conclusiones, podríamos estar tentados de regresar el reloj, o de intentar volver a armar la estructura económica que sí dio resultados durante tres cuartas partes del siglo XX. Pero esa facilidad que tuvimos para rifar los bienes de todos nosotros a favor de un puñado de capitalistas privados, con toda la prensa a favor, con diputados truchos permitiendo el cuórum con sus culos, con sindicalistas enriqueciéndose mientras dejaban de a miles a sus afiliados en la calle, resulta casi imposible si la queremos revertir. Que ahora, por razones de necesidad, por interés público, por defensa nacional, por la emergencia económica, por estrategias de desarrollo, por el nivel de endeudamiento inmanejable o por cualquiera de tantas razones justificables decidimos invertir el sentido de esa sangría: que ahora los privados entreguen, vendan, trasfieran o pierdan sus concesiones a favor del conjunto de la sociedad, suena imposible.

Nos iríamos a Venezuela, cederíamos ante el populismo, nos convertiríamos en Corea del Norte y tantos otros miles de lugares comunes que inundan diarios, portales, radios, televisión y cuanto medio anda al alcance. Nadie menciona que sería ir hacia una Argentina que ya comprobamos posible, exitosa, integradora, con pleno empleo, con excelente educación y con una industria pujante. Argentina, no Venezuela, Cuba o lo que sea.

Pero recorrer el camino inverso al que tan alegremente nos hicieron recorrer en los 90, es casi una imposibilidad. Un diodo ideológico, una trampa que insiste con una regla no escrita: una vez que perdiste como sociedad lo que generaste por décadas con impuestos, sacrificios y proyectos de país y bajo el signo político que fuera, no lo podés volver a recuperar. Es fácil y simple transferir desde lo público -insisto: de TODOS NOSOTROS- hacia un advenedizo privado que intentar recuperar de ese privado un bien que por su valor estratégico fue creado por el pueblo e intentar devolvérselo al pueblo.


En la próxima entrega podemos recorrer ejemplos de países que también cayeron bajo el canto de la sirena de Washington y entregaron el patrimonio de todos a favor de empresas privadas pero que al tiempo, al ver el error cometido y los resultados, recorrieron el camino inverso y hoy gozan de una situación muy superior a la nuestra. Coraje político, proyecto claro de país, soberanía en la toma de decisiones, todas cosas que también carecemos. Pero es posible.

 

viernes, 14 de enero de 2022

50 SOMBRAS DE VERDE

Central Hidroeléctrica El Chocón

La Crisis Futura del Sistema Energético Argentino

El mundo busca ir hacia energías más verdes. Verde es el dólar que tan escaso se nos hizo. Verde está la transformación del sector energético argentino. Y digo esto último porque, les guste o no a los políticos, a los economistas ortodoxos y al ejército de comunicadores que cobran para convencer a las grandes mayorías que lo más conveniente para ellas es adoptar políticas que favorezcan a un minúsculo grupo de opulentos, la Argentina sólo será viable si recupera el manejo de la energía para el Estado. Es la principal agenda, o debería serlo, y nadie siquiera trata el tema. Y aquí mis razones.
Y aquí cambio de camiseta. Dejo lo que a muchos ya vislumbran como otra de mis opiniones no solicitadas sobre política y me pongo en el rol de un consultor semi retirado en temas energéticos.
Primer punto: el mundo va hacia energías más verdes. Las fuentes de combustibles fósiles se irán agotando y por otro lado la contaminación que producen ya está en niveles innegablemente preocupantes. Y nuevamente, Argentina se encuentra en una situación privilegiada. Grandes superficies en zonas tropicales, a gran altura, casi sin nubosidad gran parte del año la hace ideal para enormes y eficientes parques solares. Y la extensísima y poca poblada Patagonia es ideal para aprovechar la energía de los constantes vientos. Paulatinamente ambas fuentes de energía van cobrando más participación en la matriz energética total. Es un rumbo ya definido.
Ahora peguemos un salto atrás en el tiempo. La primera gran línea de muy alta tensión (MAT) del país fueron los 2000 y pico de kilómetros del tramo Chocón-Ezeiza que conecta las grandes centrales de la cuenca del Río Limay con la zona metropolitana, el Gran Buenos Aires. Esa línea la construyó el Estado a principios de los años 70 y continúa prestando servicios en la actualidad. Es la misma. Eso para aquellos que insisten en que nada estatal funciona. Sólo que hoy la explota una empresa mixta llamada Transener SA, cuyos accionistas son Citelec SA en un 51%, empresa cuyo capital se reparte en partes iguales entre Marcelo Midlin y el Estado Nacional. El otro 49% de las acciones se puso a disposición del público y de ese 49%, una parte (casi el 20%) lo tiene el FGS de los jubilados, o sea, también son fondos estatales. El 27% restante está en manos de diversos inversores privados y un 1.65% lo tiene la propia Citelec. O sea, hoy en día los directores estatales tienen mayoría y control de la compañía. Esto permitió, luego del cambio de gobierno, evitar que las acciones estatales se vendan al sector privado, sueño húmedo del anterior gobierno macrista que lo hizo explícito mediante el decreto 882 del año 2017 firmado por el mismísimo MM y su secretario de energía, el CEO de Shell JJ Aranguren.
La central hidroeléctrica El Chocón también fue construida por el Estado y luego privatizada en 1993. La empresa que explota esta central también tiene una precipitación estatal. Ahora, la concesión fue por 30 años. O sea, en 2023 debería volver al Estado. Veamos si tenemos los pantalones largos y la decisión política para hacer cumplir esto. Es una generadora de energía y de dinero cuyo costo de explotación es ínfimo en comparación con su nivel de generación.
¿Para qué traigo esto? Volvamos a lo verde. El día de mañana, políticas ambientalistas mediante, nuestra oferta energética será más verde. Esto incluye a las grandes centrales hidroeléctricas, como El Chocón, a los parques eólicos y solares mencionados y a las centrales nucleares. Sí, amigos, las centrales nucleares son verdes, en el sentido que no aportan al efecto invernadero ni al calentamiento global. Deal with it.
¿Y los consumidores? Seguirán estando en las grandes concentraciones urbanas y en las zonas industriales del país. Y en general, estos lugares de consumo están distantes de los puntos de generación y van camino a distanciarse más, en la medida que la matriz se haga más verde. Porque tanto el altiplano como la Patagonia están lejos de los centros de consumo.
Entonces, para desgracia de la comodidad de las empresas privadas que explotan la transmisión y distribución de la energía, estas formidables obras como la red de 500kV de la que el tramo Chocón Ezeiza forma parte, van a necesitar algún día reforzarse. Y como bien sabemos, no son los privados quienes aportarán el capital para hacerlo.
Basta con revisar cualquier verano la novela de los cortes de energía de la zona GBA, como está pasando actualmente. Dirán que son las tarifas bajas y la culpa es del gobierno. La culpa del gobierno es no quitarles las concesiones a Edenor y Edesur, que explotan las redes troncales de distribución que encontraron instaladas desde la época de Segba, y a pesar de explotarlas por 30 años con el crecimiento de la demanda producida y a pesar de las altísimas tarifas gozadas durante la larga década menemista y los 4 años de Macri, esas inversiones brillaron por su ausencia. Centros de distribución, mejoras en las líneas secundarias y celo a la hora de evitar el robo de energía no aumenta el límite en la capacidad de transmisión de las principales e históricas líneas principales. Y mientras el costo político de los cortes los pague el gobierno, no hay el mínimo interés privado en hacer esas inversiones. En muchos casos, como el descrito de El Chocón y su línea de transmisión, es el Estado el que tiene algo que decir en la producción de energía y acercarla al lugar de consumo. Pero en muchos casos, como las mencionadas y EDET en el caso tucumano, son empresas enteramente privadas las responsables de la distribución de la energía. Y es indefectiblemente en esta etapa donde se produce el cuello de botella y los problemas cuando hay calor, cuando hay frío, cuando hace falta llevar energía a un consumidos nuevo, etc. El modelo ideado por Carlos Bastos y Domingo Cavallo en los 90 ya demostró su fracaso como herramienta de política energética. Se pasó de tener reservas de gas para un siglo a tener que importar gas en apenas una década de implantado el modelo privado tanto de explotación del sistema eléctrico como en la extracción de hidrocarburos(1). Y esto se agravará rápidamente por lo que detallaré a continuación.
Más verde aún: con el correr de los años, los vehículos particulares, los colectivos, camiones, trenes y demás irán migrando paulatinamente hacia lo eléctrico. Es la tendencia mundial y no seremos excepción. Esto significa que en los centros de demanda de energía: grandes centros urbanos y zonas industriales, el consumo de energía eléctrica se multiplicará. En breve, en lugar de cargar en el tanque del auto un derivado del petróleo que llega por camión al surtidor, se hará una carga de energía eléctrica ya sea en un centro de carga, equivalente al surtidor de hoy, o en la comodidad del hogar durante la noche. O sea, esa energía deberá ser transportada desde los remotos lugares de generación hasta los centros de consumo, líneas mediante. Y será mucho más energía que la actual, al usarla para el transporte, nada menos, que antes no se usaba. El sistema de transmisión y distribución deberá incrementarse significativamente en los próximos años, no hay otra alternativa.
¿Y cómo se hará eso? ¿Se seguirá permitiendo que empresas privadas, muchas extranjeras y demandantes de divisas (verdes escasos) para remitir o fugar sus utilidades sigan lucrando con las inversiones que afrontamos todos los ciudadanos a través de sus impuestos o de una vez por todas se dará por concluida la aventura privatista de algo tan estratégico como la energía y volverla a manos del Estado? Esto además permitiría aplicar políticas serias de desarrollo, tanto industrial como demográfico, social y ambiental.
Esta discusión debería ser hoy tema central en las comisiones del Congreso, en los ministerios respectivos, en las provincias. Y no lo veo en esos lugares que se requieren.
Esta nota es solo para llamar la atención.
(1). Este tema de cómo desapareció nuestra disponibilidad de gas en tan breve tiempo lo desarrollé hace muchos años en una nota publicada en un diario en el año 2004. Aquí está reproducida: http://locpolitico.blogspot.com/.../crisis-energtica-2004...