Por Luis Octavio Corvalán – Marzo de 2022
Intentar escribir sobre Ucrania hoy
es todo un desafío. Es el tema del momento, está en todas partes. En esta nota
intentaremos dar nuestro propio punto de vista.
El 24 de febrero pasado, Rusia
invadió formalmente Ucrania. La visión “mainstream” de occidente y buena parte
del mundo es que Putin, el líder autocrático ruso, es el culpable de esta
inaceptable movida militar, contrariando toda norma de convivencia
internacional. En general, los países occidentales y en particular los de la
comunidad europea, se estorban unos a otros para acoplarse a las condenas y
sanciones económicas que sugiere Washington.
El rol de Estados Unidos en esto es como ese promotor que sentado cómodo en el ringside grita al boxeador que está en el cuadrilátero cómo debe enfrentarse y lastimar a su contrincante, más grande, potente y gran favorito para ganar la pelea. Lo que menos tiene pensado el promotor es subir al cuadrilátero para colaborar con su cuerpo e integridad en la pelea. Ahora vamos a analizar un poco mejor cómo es que llegamos a esto.
Caída del Muro de Berlin - 1989 |
Para no irnos muy atrás, vamos a comenzar esta historia con la caída del muro de Berlín en 1989 y luego, un par de años más tarde, después del colapso de la Unión Soviética, en que los estados pertenecientes a ese conglomerado quedaron echados a su suerte y con la posibilidad de declararse independientes. Es así que Rusia pasó a ser un país más, el componente más grande y poderoso de la ex unión, pero no más que eso: un país más. Y mientras Estados Unidos sacaba ventaja de esa crisis y de la debilidad de su principal enemigo - recordemos que para el ciudadano medio norteamericano, Rusia y la URSS eran sinónimos y muy pocos conocían la diferencia - al mismo tiempo fueron captando para su lado de la grieta ideológica que significó la guerra fría, a la mayoría de estos estados ahora independientes. Con el tiempo, muchos pidieron integrar la Comunidad Económica Europea y, para 1999, varios de estos estados fueron admitidos en la OTAN, la alianza militar creada en 1949 para defender a Europa Occidental de un avance expansionista de la URSS, justo en el año en que pasó a ser una potencia nuclear. En 2004 se agregaron otros países a esta alianza militar, algunos de los cuales compartían frontera con Rusia.
Boris Yeltsin - Vladimir Putin |
Para entonces, Rusia ya estaba
dirigida por Vladimir Putin, un líder carismático, ex espía, atlético y
vigoroso, que contrastaba con el etílico y torpe semblante de Boris Yeltsin,
que permitió, con el apoyo de Estados Unidos y el FMI, hundir a Rusia en una
crisis inédita, con niveles de pobreza, de marginación, desocupación y hambre
como jamás vivieron durante los años de comunismo. Putin comenzó a recomponer
la economía y a devolver la autoestima a un pueblo golpeado, y dejó muy en
claro luego de la incorporación de Letonia, Lituania, Estonia y Rumania a la
OTAN el 29 de marzo de 2004, que no toleraría más avances de la coalición
militar hacia sus fronteras. Se refería puntualmente a países como Ucrania,
Georgia y Belarus, entre otros.
Estados Unidos, en lugar de
incorporar a Rusia a la órbita de países que ya habían abandonado el comunismo
y de tomarla como una aliada estratégica - algo que podrían haber hecho durante
los años de Yeltsin - , disolver la OTAN - cuya función ya no tenía objetivos
reales -, y contribuir a lograr ese soñado mundo liberal y democrático donde
nadie tenía que pensar, como lo vaticinaba Francis Fukuyama en ese ridículo best-seller
“El fin de la historia”, se vio tentado, en cambio, a aprovechar la debilidad
rusa para consolidarse como potencia hegemónica y de paso humillar a su
disminuido rival.
Fue así que Estados Unidos comenzó a
utilizar a la OTAN para desintegrar a su antojo a la ex Yugoslavia,
bombardeando ciudades y población civil sin consultar siquiera a su contraparte
rusa, expandiendo de esa manera a la
OTAN, tal como lo mencionamos anteriormente. Esto contrastó con la política
empleada al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando EEUU contribuyó a
reconstruir Alemania y Japón y a incorporarlos como socios, para no repetir la
experiencia de la guerra anterior, donde humillaron a Alemania, condenándola a
cubrir los gastos de la guerra, hundirla en un crisis económica y humanitaria
que desembocó en la aparición de Adolf Hitler y todo lo que sobrevino después.Belgrado en llamas por el bombardeo de
EEUU y la OTAN
Aparentemente, se olvidaron de esa
experiencia y aquí repitieron la historia. Para fortuna de la humanidad, en
Rusia apareció Putin y no un Hitler. En las dos décadas y monedas que lleva en
el poder, Putin no mostró jamás una intención expansionista ni agresiva hacia
ninguno de sus vecinos. Sí reprimió intentos separatistas, en particular en
Chechenia, como lo mostraron otros países ante similares situaciones. Estados
Unidos en el siglo XIX, Gran Bretaña, España y otros más recientemente.
Sin embargo, todos los involucrados
hoy en este conflicto sabían perfectamente que Putin había aclarado
taxativamente que cualquier otro avance de la OTAN significaría una “amenaza
existencial” para Rusia y que habría una respuesta acorde. La amenaza
existencial es la contraparte del latiguillo que usa EEUU cuando expresa una
“amenaza a la seguridad nacional” y actúa sin el menor reparo por las formas,
defendiéndose a su capricho del proclamado riesgo. Pero en 2004, año en que
Putin empezó a expresarse en ese sentido, EEUU no veía en Rusia a un actor
capaz de llevar a cabo sus amenazas y siguió, como lo expresa el catedrático
John Mearsheimer (Chicago University) “hincando con un palo al oso” con la
suposición de que nada ocurriría.
Con esto en mente y con la obligada
venia de EEUU, en abril de 2008 el general Jaap de Hoop Scheffer, Secretario
General de la OTAN, expresó que Ucrania y Georgia eventualmente ingresarían al
tratado militar. Las relaciones entre Rusia y Georgia habían sido siempre
conflictivas desde la caída de la URSS. Y empeoraron a partir del año 2000
cuando Putin asume el poder. Luego de muchos problemas y tensiones entre ambas
naciones, justamente durante ese abril de 2008, tanto el presidente de Georgia
Mikheil Saakashvili como su par norteamericano George W. Bush expresaron el
interés de incorporar a ese país a la OTAN. Y tal como dejó claro Putin poco
tiempo antes, en agosto de ese año dieron comienzo las acciones militares entre
Rusia y Georgia. Para octubre finalizaron los enfrentamientos, con dos regiones
separatistas independizadas del gobierno central de Georgia y aniquiladas las
ambiciones de unirse a la OTAN. Georgia no se anexó a Rusia y es hoy un país independiente.
O sea, el que se haya sorprendido de lo que ocurrió a partir del 24 de febrero pasado, no conoce o no quiso recordar la historia reciente. La guerra de Georgia de 2008 puso en evidencia la obsolescencia del aparato militar ruso y la falta de profesionalismo de sus tropas. Esto no pasó desapercibido para Putin, que se puso en campaña para modernizar su ejército. Ese fue un objetivo central desde entonces, logrando impresionantes resultados que hoy se observan en las decisiones que tanto EEUU como sus socios europeos toman, de no involucrarse militarmente en el conflicto. Rusia es un rival de respeto hoy, incluso para una superpotencia como Estados Unidos.
Georgia en agosto de 2008 - Apoyada por EEUU |
Ucrania es un país más grande que Georgia y ubicado en un lugar aún más estratégico, visto desde Europa. Sus dirigentes tenían una relación de cooperación y simpatía hacia Moscú, pero esta situación se vio alterada drásticamente en febrero de 2014, cuando manifestantes nacionalistas de extrema derecha y otros descontentos empezaron numerosas protestas callejeras en contra del presidente Viktor Yanukovych, democráticamente electo en 2010 y con estrechos vínculos con Moscú. Estos manifestantes recibieron inmediato apoyo de todo tipo por parte de los Estados Unidos y el 24 de ese mes Yanukovych fue depuesto y su gobierno derrocado. Se había negado a firmar un tratado que iba a incorporar a Ucrania a la CEE. Los gobiernos que lo sucedieron fueron, por supuesto, pro-norteamericanos.
El país que se llena la boca de
democracia no tiene inconveniente en apoyar golpes de estado contra gobiernos
democráticos si estos son en su beneficio. La inmediata reacción de Rusia fue
anexar la península de Crimea, que fue obsequiada a Ucrania por Rusia cuando
ambos formaban parte de la URSS. En esa península está Sebastopol y la
principal base naval rusa del Mar Negro. Una consulta popular realizada al poco
tiempo arrojó que más de un 90% de la población de Crimea deseaba ser parte de
Rusia y no de Ucrania. Los países occidentales jamás reconocieron esa anexión y
siguen reclamando su devolución.
Otra de las consecuencias de la
Revolución de la Dignidad, como se autoproclamó el golpe de estado de febrero
de 2014, fueron los levantamientos de regiones de Ucrania oriental, donde se
habla ruso, en conflicto con sus conciudadanos que hablan ucraniano. Estos
movimientos separatistas recibieron apoyo militar y de inteligencia de Rusia y
se convirtieron en un conflicto interno irresuelto hasta ahora, con sectores
virtualmente independizados del gobierno central de Kiev, que no dudó durante
estos años en bombardear a la población civil e intentar por la fuerza
recuperar control de esa región rebelde.
Europa, mucho más expuesta a estos
conflictos que transcurren en su propio territorio, conoce perfectamente esta
historia pero carece hoy de verdaderos líderes que pongan sus propios intereses
económicos, de seguridad, estratégicos y energéticos por delante de las
decadentes ambiciones imperiales de los Estados Unidos. La falta de una
dirigencia compuesta por verdaderos estadistas le está dando a Europa un rol
bastante patético en esta crisis, donde EEUU desde su comodidad y distancia,
aislada por dos océanos, mueve los hilos de este conflicto donde solo aporta
retórica e ingentes negocios para su siempre presente complejo militar
industrial, mientras los muertos y la destrucción de infraestructura civil e
industrial y el colapso económico y humanitario lo aporta Ucrania.
Todo esto es consecuencia directa - por más que algunos medios insisten en negarlo - , del flirteo de occidente con la incorporación de Ucrania a la OTAN, que se reavivó desde la llegada de Zelensky al poder. Según el investigador John Mearsheimer ya nombrado, Ucrania se convirtió en el último año y pico en un miembro “de facto” de la OTAN. Lo dejaron jugar con la posibilidad concreta, pero cuando vino la reacción rusa y la invasión del 24 de febrero, Zelensky vio que todos los que lo impulsaron a hacerse “el bravo” lo dejaron solo en el campo de batalla. La destrucción del país lo llevó a admitir recientemente que nunca estuvo en sus planes incorporarse a la OTAN y así buscar una manera elegante de frenar el avance ruso y salir del atolladero. Si a esto lo hubiera manifestado abiertamente antes de la invasión, el conflicto no se hubiese producido. Sabe, mediante los encuentros que está teniendo, que los rusos no piensan conquistar Ucrania. Los sueños de Zelensky de ingresar a la alianza militar no ocurrirán, deberá reconocer que Crimea es parte de Rusia y más que probablemente deberá, además, reconocer la autonomía de las regiones rebeldes del este. Podrá, si se llega a un arreglo, conservar el resto de Ucrania e incorporarla eventualmente a la Comunidad Europea, pero no a la OTAN. Las potencias occidentales no se involucran directamente porque saben que Rusia está enganchada en una guerra de posiciones, muy estática y controlada, aún a costa de sus tropas y vehículos terrestres, desplegando una porción ínfima de su arsenal militar, con la única intención de poner presión sobre el gobierno ucraniano para negociar desde una posición de fuerza.
Ucrania 2022 - Una guerra que Occidente pudo prevenir |
El mayor problema que la resistencia
ucraniana está generando a Occidente, y a Estados Unidos en particular, es
prolongar el conflicto más allá de las propias previsiones del Pentágono y la OTAN.
Esto les genera un dilema moral que no tenían previsto: la resistencia
ucraniana, que evita una fácil y rápida victoria rusa, expone el flagrante
abandono de Occidente en materia militar a Ucrania. Estados Unidos prohibió a
Polonia enviar a Ucrania sus aviones de fabricación soviética, que los pilotos
ucranianos saben operar, para no escalar el conflicto. Ellos –los Estados
Unidos – son conscientes de que a este conflicto lo gana Rusia. El peor
escenario es la prolongación del conflicto o peor, que Rusia empiece a perder.
Lo que no quieren hacer es arrinconar a un enemigo que ve el acercamiento de
Ucrania a Occidente como una “amenaza existencial”, y más que nada cuando ese
enemigo tiene a su disposición un arsenal nuclear y lo tiene alistado.
Los puntos que Putin exige para un
alto el fuego y el retiro de tropas son temas que Washington sabía de antemano
que se iban a tener que aceptar. La valiente, heroica y patriota resistencia
que está exhibiendo el pueblo y fuerzas militares ucranianas está demorando ese
desenlace y profundizando la crisis económica en Ucrania, en Rusia y en el
resto de Europa e impactando incluso en Argentina. Nadie quiere que esto se
extienda.
Contradicciones que se producen en
un mundo donde las fronteras ideológicas se diluyen y donde las añoranzas de
poder absoluto de un imperio en decadencia llevan a muchos a embarcarse en
conflictos absurdos y fácilmente evitables. Por esta razón China mira
expectante, sin condenar a Rusia, porque ya sabe de sobra que nada gana
siguiendo un juego dialéctico y vacío de contenido de su principal rival
económico y estratégico. Además, Putin cumplió con su promesa a Xi Jinping de
no invadir Ucrania hasta finalizadas las olimpíadas de invierno de Beijing. Lo
hizo 48 horas después.
Esto es lo que vemos en la
superficie. Rusia, y en particular Putin, totalmente a contramano de la
propaganda y discurso imperante en Occidente, no tienen intención de anexar
Ucrania, ni restaurar la Unión Soviética, ni de seguir conquistando Europa.
Nunca mostró ambiciones expansionistas.
Las provocaciones de Estados Unidos,
en particular desde la asunción de Joe Biden, que a los 2 meses tildó de
“asesino” a Putin y casi en simultáneo humilló a la delegación china en Alaska
en el primer encuentro comercial entre ambas potencias,
empiojaron más las ya difíciles relaciones que venían arrastrando desde
la caótica gestión Trump en materia internacional. La violencia siempre es
mala, y esta vez hay algo de legítimo en condenar el accionar de Rusia y Putin.
Pero desgarrarse las vestiduras, prohibir a atletas a competir, congelar fondos
de ciudadanos rusos y demás sobreactuaciones no pueden provenir de quienes
usaron la fuerza, las invasiones y el poder militar en general para imponer sus
gustos e intereses económicos al resto del planeta. Al menos, hay que adoptar una
visión prudente dentro de un mínimo contexto histórico,
como el que hemos intentado mostrar en esta nota.