por Luis
Corvalán
En este día aniversario del atentado a las Torres Gemelas,
un sentido recuerdo para las tres mil víctimas del odio y el fanatismo.
También un dolido homenaje a Salvador Allende, asesinado por
los golpistas al mando de Augusto Pinochet, respaldado por la CIA y el
Departamento de Estado, en la persona de Henry Kissinger.
No son totalmente inconexos ambos acontecimientos. El gran
país del norte, en su cínico discurso de promover las democracias por el mundo,
no duda en desestabilizar, derrocar y asesinar a líderes democráticos cuando no
les caen simpáticos mientras apoyan a monarquías o dictaduras saludables para
sus negocios.
Celebro que latinoamérica se haya integrado como bloque y
tome sus decisiones con más independencia. El atentado del 11-9-01 ha llevado la atención del
gendarme mundial casi exclusivamente a Afganistán y Medio Oriente y a partir de
ahí nuestro continente pudo crecer tanto en integración como en producción,
disminución de la pobreza y más que nada en una identidad tantas veces
postergada por las frustraciones. La prensa concentrada y nostálgicos que nos
prefieren como un patio trasero se dedican a denostar a los líderes populares
del continente, que a pesar de sus errores y particularidades, han levantado
sus voces en nombre de los que nunca tuvieron nombre. Me parece saludable,
aunque a muchos no les guste, que en las cumbres regionales se vean pieles
oscuras y originarias entre sus líderes. Hay mucho por corregir, mucho más por
recorrer, pero por favor, no retrocedamos. No nos olvidemos de donde venimos,
de los fangos en que nos hundieron instituciones como el FMI, el BM y otras.
No nos olvidemos de Salvador Allende hoy, y de las miles de
víctimas que jalonaron el camino que nos trajo hasta aquí, siempre.
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