Reflexiones Domingueras
27-04-2014
Los domingos recorro con un poco más de detenimiento los diarios, porque a diferencia de los días de semana, hay algo más de información elaborada, a diferencia del vértigo diario de asesinatos, robos, cortes de ruta y declaraciones desacertadas de políticos, vedettes o deportistas de ocasión. Leo a Horacio Verbitsky, cuyo análisis de la realidad tiene generalmente una agudeza que me agrada y sus informes demuestran siempre al menos dos elementos interesantes: muy buenas fuentes en lugares claves del entramado institucional y buen conocimiento legal. Ahora, a pesar de tener entre los amigos del FB varios que adhieren a profundas consignas del tipo "andate yegua" que al leerme me identifican como un peronista de primera hora, nunca adherí a esa corriente filosófica ni tengo intenciones de hacerlo. Me desembaracé de una pátina gorila con la que crecí gracias a las opiniones de mis padres que padecieron por distintas razones la primera etapa peronista. Por parte materna un rechazo visceral por ella identificarse con una estirpe de clase perjudicada por la indispensable redistribución de ingresos y el perjuicio directo ocasionado a mi abuelo, dueño de la proveeduría de un ingenio al que los trabajadores se veían obligados a canjear los vales con que pagaban una parte de su sueldo. Doy fe del buen corazón de mi querido abuelo y la falta de mala intención de su parte y cuyo único pecado fue ser paisano y amigo del dueño de ingenio, franceses ambos. Las autoridades de la época lo metieron preso porque su balanza tenía un error por encima de lo aceptado por norma. Inútil fue el detalle que la balanza erraba en su contra, indicando menos de lo correcto, con lo cual mi abuelo vendía de más azúcar y yerba que lo pactado con los clientes. Mi padre, en cambio, hijo de campesinos de toda la vida y sin pretensiones de tipo hematológicas, ganó una beca Fullbright en 1952 y necesitaba un pasaporte para viajar, algo que no le entregarían si previamente no se afiliaba al partido del general cuanto valés. Con los años fui aprendiendo historia argentina y comprendí la imperiosa necesidad de un drástico cambio de procederes en un país acostumbrado a ser atendido por sus dueños, minorías privilegiadas por la monarquía que nunca perdieron ni sus posesiones ni su ambición por manejar los destinos del país. La formidable obra de reparación histórica de la gestión peronista no puede ser desmerecida y menos por la falacia que históricamente gobernó el país de una manera u otra desde su propia fundación como colonia. Pero el cambio logrado no estuvo sustentado por profundos conceptos ni políticos ni filosóficos ni económicos que den un marco definido al movimiento. Verbitsky hoy analiza con pinceladas de autocrítica las profundas divisiones del movimiento que llevaron a los actos de violencia irracional de 1973 y 1974 y los muestra más o menos como errores de procedimiento y de falta de perspectiva histórica de sus protagonistas, cuando, a mi entender, no son más que las consecuencias de una estructura partidaria que insistió en tener entre sus filas corrientes de opinión absolutamente irreconciliables y manejadas con total falta de escrúpulos por el líder mismo. Y no solo sus caprichos generaron el baño de sangre que sus seguidores provocaron durante sus últimos dos años de vida, sino que las divisiones, las contradicciones ideológicas y la violencia entre sus facciones afines perduran sanitas y coleando hasta nuestros días. Su escudito y la marcha adornaron el proceso que liquidó al estado y provocó el hambre y la desintegración del país, desmantelando su aparato productivo y quitando los medios mínimos de intervención por parte de la sociedad en su destino y los mismos símbolos acompañan al proceso de intenta desesperadamente recuperar algo de equilibrio y autonomía y devolver algunos de esos instrumentos, empresas y herramientas de política económica que se rifaron alegremente durante la década anterior. Y hoy las opciones más probables que se prometen como alternativa y cambio surgen de exactamente el mismo partido, acompañado por impresentables que sabemos son afiliados de la primera hora. Y para cerrar el comentario, la oposición ahora se junta toda también bajo un mismo sello de goma. O sea que, de seguir todo como hasta aquí, en el 2015 se elegirán entre dos o tres posibles opciones que no garantizan al electorado un sesgo alguno sobre rumbos, políticas ni corrientes de pensamiento de cara al futuro. No son ni de centro, ni de derecha, ni de izquierda, sino todo lo contrario. En eso coincido con el hoy pobre análisis del querido Perro Verbitsky cuando con nostalgia rememora el último acto de su general favorito cuando expresa que el gran pueblo argentino es su único heredero. Y así nos va. Gracias a su aporte de ideas el país puede construir una formidable infraestructura de herramientas sociales y productivas para rifarlas luego, tratar de recuperarlas más adelante, y vaya a saber qué hacer de eso en los próximos años. De pensar, poco y nada.
27-04-2014
Los domingos recorro con un poco más de detenimiento los diarios, porque a diferencia de los días de semana, hay algo más de información elaborada, a diferencia del vértigo diario de asesinatos, robos, cortes de ruta y declaraciones desacertadas de políticos, vedettes o deportistas de ocasión. Leo a Horacio Verbitsky, cuyo análisis de la realidad tiene generalmente una agudeza que me agrada y sus informes demuestran siempre al menos dos elementos interesantes: muy buenas fuentes en lugares claves del entramado institucional y buen conocimiento legal. Ahora, a pesar de tener entre los amigos del FB varios que adhieren a profundas consignas del tipo "andate yegua" que al leerme me identifican como un peronista de primera hora, nunca adherí a esa corriente filosófica ni tengo intenciones de hacerlo. Me desembaracé de una pátina gorila con la que crecí gracias a las opiniones de mis padres que padecieron por distintas razones la primera etapa peronista. Por parte materna un rechazo visceral por ella identificarse con una estirpe de clase perjudicada por la indispensable redistribución de ingresos y el perjuicio directo ocasionado a mi abuelo, dueño de la proveeduría de un ingenio al que los trabajadores se veían obligados a canjear los vales con que pagaban una parte de su sueldo. Doy fe del buen corazón de mi querido abuelo y la falta de mala intención de su parte y cuyo único pecado fue ser paisano y amigo del dueño de ingenio, franceses ambos. Las autoridades de la época lo metieron preso porque su balanza tenía un error por encima de lo aceptado por norma. Inútil fue el detalle que la balanza erraba en su contra, indicando menos de lo correcto, con lo cual mi abuelo vendía de más azúcar y yerba que lo pactado con los clientes. Mi padre, en cambio, hijo de campesinos de toda la vida y sin pretensiones de tipo hematológicas, ganó una beca Fullbright en 1952 y necesitaba un pasaporte para viajar, algo que no le entregarían si previamente no se afiliaba al partido del general cuanto valés. Con los años fui aprendiendo historia argentina y comprendí la imperiosa necesidad de un drástico cambio de procederes en un país acostumbrado a ser atendido por sus dueños, minorías privilegiadas por la monarquía que nunca perdieron ni sus posesiones ni su ambición por manejar los destinos del país. La formidable obra de reparación histórica de la gestión peronista no puede ser desmerecida y menos por la falacia que históricamente gobernó el país de una manera u otra desde su propia fundación como colonia. Pero el cambio logrado no estuvo sustentado por profundos conceptos ni políticos ni filosóficos ni económicos que den un marco definido al movimiento. Verbitsky hoy analiza con pinceladas de autocrítica las profundas divisiones del movimiento que llevaron a los actos de violencia irracional de 1973 y 1974 y los muestra más o menos como errores de procedimiento y de falta de perspectiva histórica de sus protagonistas, cuando, a mi entender, no son más que las consecuencias de una estructura partidaria que insistió en tener entre sus filas corrientes de opinión absolutamente irreconciliables y manejadas con total falta de escrúpulos por el líder mismo. Y no solo sus caprichos generaron el baño de sangre que sus seguidores provocaron durante sus últimos dos años de vida, sino que las divisiones, las contradicciones ideológicas y la violencia entre sus facciones afines perduran sanitas y coleando hasta nuestros días. Su escudito y la marcha adornaron el proceso que liquidó al estado y provocó el hambre y la desintegración del país, desmantelando su aparato productivo y quitando los medios mínimos de intervención por parte de la sociedad en su destino y los mismos símbolos acompañan al proceso de intenta desesperadamente recuperar algo de equilibrio y autonomía y devolver algunos de esos instrumentos, empresas y herramientas de política económica que se rifaron alegremente durante la década anterior. Y hoy las opciones más probables que se prometen como alternativa y cambio surgen de exactamente el mismo partido, acompañado por impresentables que sabemos son afiliados de la primera hora. Y para cerrar el comentario, la oposición ahora se junta toda también bajo un mismo sello de goma. O sea que, de seguir todo como hasta aquí, en el 2015 se elegirán entre dos o tres posibles opciones que no garantizan al electorado un sesgo alguno sobre rumbos, políticas ni corrientes de pensamiento de cara al futuro. No son ni de centro, ni de derecha, ni de izquierda, sino todo lo contrario. En eso coincido con el hoy pobre análisis del querido Perro Verbitsky cuando con nostalgia rememora el último acto de su general favorito cuando expresa que el gran pueblo argentino es su único heredero. Y así nos va. Gracias a su aporte de ideas el país puede construir una formidable infraestructura de herramientas sociales y productivas para rifarlas luego, tratar de recuperarlas más adelante, y vaya a saber qué hacer de eso en los próximos años. De pensar, poco y nada.