Luis O. Corvalán
Tucumán, 11 de noviembre de 2012
Una
tórrida noche tucumana, allá por enero de 1984, cayó por casa el transitorio
novio de una amiga de una amiga. Yo contaba 27 años vertiginosos y este
personaje, que vi por única vez esa noche, sumaba con algo de optimismo unos 18
ó 19, casi una década menos que su circunstancial compañera. Luego de las
informales introducciones y el típico sondeo ajedrecístico de todo nuevo
encuentro, nos descubrimos enfrascados en una discusión política, pasión que
nos unía. Pero las visiones eran muy diferentes, algo que lejos de ser motivo
de discordia y odios, como en nuestro convulsionado e intolerante presente, era
motivo de encendidos e ilustradores contrapuntos.
Mi
sorpresa fue descubrir la solidez de las convicciones de este jovencito y lo
bien sustentadas que estaban tanto en información doctrinaria como en datos
duros de la realidad y la
historia. Era un marxista de paladar negro, o de laboratorio
como los llamábamos una década antes, cuando eran moda. Los más despectivos los
llamaban marxistas de café. A mí me sonaba a algo superado y pude poner en
práctica una serie de respuestas y cuestionamientos que pude elaborar en años
de maduración y dictaduras y que me hubiera encantado poder darlas a mis
compañeros de colegio que me recitaban de manera más primitiva argumentos
similares a los de este nuevo idealista.
Para
recordar el contexto, nuestro querido Alfonso, como llamábamos cariñosamente a
Raúl Alfonsín, llevaba en el poder apenas un mes, y todavía estaba intacta la
ilusión de la democracia recuperada luego de años de la más brutal dictadura de
nuestra intermitente historia republicana. Que un imberbe me hable de
“dictadura del proletariado” solo lo aceptaba por su escasa edad y la total
inconciencia que habrá tenido en los años más crueles del pasado inmediato.
Yo
consideraba mi postura una evolución superadora de las ideas del notable
Karlitos que mis compañeros de colegio tildaban de “perfectas”, razón por la
cual eran de difícil aceptación entre los simples mortales. Carecían de la
necesidad de un “consenso” y eso obligaba a una “dictadura” llevada a cabo por
una élite de autoproclamados esclarecidos. Esta estructura de poder tenía
notables coincidencias con lo que acabamos de superar y en esa discusión yo
dije algo el tiempo me daría la razón: ese modelo de poder tenía sus años
contados. Como sabemos, cinco años después caía el muro de Berlín y hoy Rusia
apoya un modelo económico no tan diferente, pero lo hace mediante el “consenso”
y libre elección de su población.
Pero
de los dichos de mi novel interlocutor, debo sacarme el sombrero por un
vaticinio que me dijo él a mí esa noche, y que me llamó la atención porque era
algo que no había escuchado de boca de mis anteriores expositores marxistas.
Dijo que el gran freno a la proliferación por el mundo de las ideas socialistas
eran los trabajadores y la clase media de los Estados Unidos. Esta marea de
gente no sintonizaba con sus pares del resto del mundo por haberse criado en
una sociedad individualista con una mirada despectiva a todo lo que sea
colectivo o social, y ello era posible gracias a un muy buen nivel de vida y
poder adquisitivo. Ello hacía tolerable e incluso atractivo para ellos un
discurso de libre empresa, libre mercado e individualismo a ultranza. Así el
poder norteamericano propalaba por el mundo estas ideas, y las imponía a todo
occidente como una parte de su guerra ideológica contra el comunismo. El pibe sostenía
que el día que la clase media norteamericana se vea amenazada seriamente por
índices de desocupación peligrosos, caída de sueldos, perdida de sus viviendas
por no poder pagar hipotecas, no poder pagar una salud privada de precios
prohibitivos, iban a tener que abandonar ese egoísmo característico y buscar
políticas más inclusivas y la intervención gubernamental que los defienda
frente a las circunstancias. Eso generaría un cambio del sentido común que
permitiría consolidar un rumbo hacia la izquierda inevitable. La intervención
estatal ante situaciones graves no era una novedad en Estados Unidos, ya que
ocurrió luego de la crisis de los años 30, pero era algo audaz de plantear en
ese momento de pleno apogeo de las “reaganomics” y el rumbo que estaban tomando
las cosas en el mundo. Un tibio intento de proponer algo distinto como hizo
Alfonsín en esos días respecto a la deuda argentina tuvo una respuesta feroz
por parte del “mercado”, llevándose puesto a su primer ministro de economía
Bernardo Grinspun. Y el final de su mandato no fue otra cosa que una bajada
definitiva de pulgar de ese mismo “mercado”.
Pero
debo confesar, que casi 25 años después de esa noche, las condiciones que
planteaba mi circunstancial interlocutor se dieron y el mundo pudo ver con
asombro como las calles de las grandes ciudades del país del norte se llenaban
de indignados y por primera vez se veía una importante cantidad de gente de
clase media en una postura “anti-sistema”. En ese caldo de cultivo se dieron
las elecciones de 2008 con el triunfo de un joven interracial Obama sobre un viejo
anglosajón puro como McCain que no podían ser mejor metáfora de las ideas que
representaban. Hoy, cuatro años más tarde, a pesar de no haber podido cumplir
la mayoría de las promesas de cambio que había anunciado en su primera campaña
electoral, una parte importante del pueblo le permite a Obama un nuevo mandato,
sin dejarse llevar por las viejas y conocidas propuestas de libertad y
repliegue estatal que no es otra cosa que decir en criollo “cada chancho
atiende su rancho”.
No
quiero decir que los USA se están volviendo marxistas ni mucho menos. Es como
el Titanic, un mínimo cambio de rumbo exige un esfuerzo importante y si se lo
hace a tiempo, puede, con algo de suerte, impedir el impacto con el iceberg,
cosa inevitable si alguien con las ideas de Romney agarraba el timón.
Por
similares razones, gran parte del mundo y Latinoamérica en particular,
recibieron con una sensación de alivio los resultados de la elección del
martes, ya que es más fácil para nosotros sintonizar con una persona que dice
“nos salvamos entre todos o no se salva nadie” y que al menos intenta resolver
cuitas internacionales con diálogo más que con el garrote. Eso está por verse,
pero al menos alguien más “como uno” está a cargo del gran pero generalmente
torpe país del norte.
Ahora
se dan cuenta los republicanos que su derrota responde a un cambio demográfico
que ellos se regaron a reconocer. El voto blanco, masculino, heterosexual y
anglosajón ya no es suficiente para ganar una elección por más que los locuaces
y bien difundidos reaccionarios y el campesinado profundo y conservador sigan
incondicionales a las propuestas del Partido Republicano. Para colmo de males
lo peor y los más cavernícolas exponentes del partido se mostraban a la par del
candidato y en cuanta reunión o entrevista que lograra difusión. Los negros,
hispanos, homosexuales, mujeres pensantes e inmigrantes de otras latitudes son
demasiados votos perdidos para esas propuestas excluyentes. A replantear
muchachos!
Las
discusiones clásicas de izquierda y derecha son en torno a ideales que se
elaboraron en el siglo XIX y los siglos XVII y XVIII. Pensar en aplicar esas
filosofías en el siglo XXI es negar los dos últimos siglos de historia. Los
avances en derechos humanos, de la mujer, del niño, la abolición de la
esclavitud, las multinacionales, las uniones económicas, las armas de
destrucción masiva, las Naciones Unidas, y tantas cosas más que dan forma a
nuestra actualidad no existían cuando estas teorías se plantearon. Es momento
de mirar al futuro y buscar nuevas ideas, sintetizar lo mejor del cúmulo de
filosofías que nos trajeron hasta aquí y dar un paso al frente para exigir al
menos la discusión de un nuevo rumbo. Debemos terminar con los rescates
millonarios con fondos públicos a unos pocos bancos y permitir que esos mismos
bancos dejen sin vivienda a 400 mil familias como ocurre en España. ¿No son
“fondos públicos”? ¿Plata del pueblo? España es el ejemplo de lo que ocurre
cuando luego del fracaso de una mala gestión “socialista”, se decide por el rumbo
opuesto. Zapatero no pudo resolver el problema, pero Rajoy era sabido que iba a
empeorar las cosas. Sólo los españoles se sorprendieron del resultado.
Así
como ya nadie habla de “dictadura del proletariado”, planteo de modé si los hay, también debemos
terminar con la mentira del “libre mercado” de una buena vez. Bienvenidas las
nuevas ideas. No me hago grandes ilusiones pero al menos con Obama espero que
no nos pongan palos en la rueda en la construcción de un nuevo sentido común. Un
futuro difícil nos espera.