En una carta a un grupo de egresados de mi querido colegio secundario, el Instituto Técnico, fechada en septiembre de 2002, varios meses antes de las elecciones presidenciales del año 2003, mencioné, como uno de los escollos más importantes a vencer por el próximo gobierno si deseaba ser realmente transformador, a la prensa corporativa. A esta la iba a tener sistemáticamente en contra. La carta en realidad era un artículo algo apresurado y elíptico que comparaba a un hipotético gobierno débil y nuevo con la situación del equipo argentino de Copa Davis, que en esos días perdió una heroica semi-final en Moscú. (hoy se puede ver el artículo aquí)
Celebro haber hecho esa afirmación y en ese momento, cuando Nestor Kirchner era simplemente otra opción dentro de una interna peronista (que fiinalmente no se hizo, ver: Elecciones Presidenciales 2003) y ni siquiera la que mejor medía en ese momento. Este tema en sí merece un comentario propio, pero lo quería incluir aquí ya que es un ejemplo de como un grupo con poder puede exigir a extraños comportamientos y éticas que no puede exhibir como propios, simplemente porque "puede."
Hoy leo que un vocero del Departamento de Estado de USA critica duramente el reconocimiento por parte de Brasil, Uruguay y Argentina del Estado de Palestina. Y uno de sus argumentos de crítica es haber formalizado el reconocimiento sin haber exigido un cese de hostilidades por parte de los palestinos, convalidando la violencia como método de presión política.
Yo en lo personal estoy de acuerdo en que la violencia, y en particular, el poder de fuego de una de las partes no es forma de imponer razones. Como ejemplo cito lo de Malvinas. Lo que me parece inaceptablemente cínico es que esa afirmación provenga de un vocero del gobierno de los Estados Unidos, que hizo de la violencia su herramienta política por excelencia durante el siglo XX y lo que va de éste. (Puedo no poner el acento en éste según las nuevas normas de la RAE, pero soy chapado a la antigua para algunas cosas).
Pero por suerte, para la comunidad de naciones, los Estados Unidos ya no son lo que eran y eso se nota. Lejos de ese liderazgo occidental indiscutido de la época de la guerra fría, hoy el mundo está más informado, indescriptiblemente más comunicado, y las huellas de una vida dispendiosa, guerras crónicas, falta de vuelo político y problemas estructurales están más a la vista. La otrora potencia y nave insignia de occidente, hoy me asemeja a esa señora ya entrada en años, que conserva la pose de épocas mejoras, con algunas joyas aun colgadas, los vestidos algo demodé, que los más jóvenes miran con algo de respeto pero en el fondo no la toman tan en serio. Latinoamérica siguió su propio rumbo, Europa se considera, con bastante razón, estar más evolucionada socialmente así que no presta demasiada atención a sus tendencias culturales (ya hace décadas vimos el escandaloso fracaso de la Disneylandia francesa), y oriente crece a tambor batiente por su lado. China es como ese nuevo rico de la cuadra, que periódicamente le presta dinero a la señora decadente para que no se prive de algunos de sus gustos de otras épocas, sabiendo que tarde o temprano se quedará con mucho de los bienes de la señora, que no da muestras muy concretas de poder devolver los préstamos que se vinieron engordando con los años.
Viendo lo que pasa en la vereda rica de la cuadra, hay que reconocer que en este lado, llamemos así a nuestro querido continente, las cosas se viven con llamativa racionalidad, a pesar de muchas opiniones: números que cierran, crecimiento sostenido, lenta mejoría de los desastrosos índices sociales, convivencia en paz de sus países miembros. Algo tan sereno y gratificante para una región castigada por siglos, ahora en manos de sus propios habitantes. No me la contaron, me tocó vivir esas épocas en que el solo hecho de romper con el FMI era un sueño irrealizable, esa región "violentamente dulce" de Cortázar, la de las "venas abiertas" de Galeano.
Hoy respiro hondo, me lleno los pulmones de un aire de frescura y orgullo, miro la vereda de enfrente, la que me producía envidia y frustración, y me da tanta tranquilidad saber que habito aquí, ahora, en este lado de la calle, y siento la enorme satisfacción de percibir que eso es resultado de nuestro esfuerzo, de años de prédica, de sacrificios, de amigos muertos, de causas perdidas...
Hoy ser latinoamericano me suena bien, inmensamente bien...