COMENTARIOS PARA LECTORES OCASIONALES

Inauguré este sitio con 5 artículos que ya tenía escritos, entre 2003 y 2005. Algunos analizaban un momento particluar y pueden sonar desactualizados, pero en la mayoría de los casos son hechos cuyos efectos perduran.
A partir de ahí voy subiendo mis comentarios que considero más interesantes para el público interesado en temas políticos. En general tratan temas de política internacional, de Argentina y Latinoamérica. Muy rara vez escribo sobre la política local de mi provincia, Tucumán.
Espero que disfruten del blog.

martes, 19 de octubre de 2010

Reagan – Tinelli, encontrando el hilo conductor.


Luis Corvalán, septiembre de 2010
La tan mentada década del 70 significó tanto para nuestro país como para el el mundo grandes convulsiones, crisis y conflictos de todo tipo. Fenómenos desconectados entre sí en sus génesis fueron, con los años, confluyendo en sus efectos de tal forma que hoy resulta tentador buscar los vasos comunicantes que vinculan de alguna manera hechos que surgieron de manera aislada.
Michael Moore en su reciente documental sobre el capitalismo, ubica un momento histórico puntual como el inicio de una transformación, para mal, en las ideas que culmina con la profunda crisis de fines del 2008 coincidiendo con el triunfo, impensado meses antes, de un presidente negro y progresista en las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre de ese año. El evento en cuestión es la llegada a la presidencia de Ronald Reagan a principios de los 80 con un discurso que logra convencer a su pueblo y luego al mundo que la codicia es una virtud.
La era Reagan, que arranca en 1981 luego de una década de decadencia en el imperio americano, que incluye la crisis del petróleo con su enorme efecto en la calidad de vida del ciudadano medio, obligando al país a abandonar el patrón oro como sostén de la moneda desatando una fuerte inflación, el escándalo Watergate que se lleva puesto por primera vez en su historia a un presidente en ejercicio y la humillante derrota militar de Vietnam, incluyendo otros episodios menores. Estos hitos, ocurridos todos en un muy breve lapso, dieron la sensación al pueblo americano de un sentimiento de haber “tocado fondo” de alguna manera.
Reagan aparece con su política de liberalismo económico recargada y la codicia como zanahoria para traccionar los alicaídos negocios, disminuyendo cargas impositivas para los más ricos, abandonando planes sociales y todo tipo de intervención estatal a favor de las clases pobres y marginadas. Su matemática simple era que con los votos de los ricos, clases medias y medias altas más los que aspiran a entrar algún día en esas categorías era más que suficiente para ganar elecciones en un país con niveles de vida históricamente altos.
Coincidiendo en el tiempo, Margaret Thatcher era el reflejo inglés de estas políticas y entre ambos guiaron al mundo a un liberalismo extremo, en políticas y en conciencias. En este contexto los EE.UU. presionan el acelerador de la carrera armamentista y empieza a poner en evidencia las grietas económicas y de gestión del vetusto aparato soviético. Para fines de esa década cae el muro de Berlín y los analistas políticos occidentales interpretan esto como el triunfo del capitalismo por sobre el comunismo.
En ese ínterin, en la Argentina ocurría lo suyo: desde 1976 gobernaba la peor dictadura de la historia. Su ideólogo civil en lo económico, José Alfredo Martínez de Hoz era miembro de la Trilateral Comissión. Esta agrupación era la impulsora del concepto de “división internacional del trabajo” que asignaba a cada país un rol determinado en lo productivo según sus características. A la Argentina le tocaba ser proveedora de granos, carne y una mínima agroindustria, ramas en que la consideraban competitiva. Las demás industrias debían sucumbir si no lograban sobrevivir sin protecciones, con un dólar subvaluado y un mercado abierto al mundo.
Luego de siete años de sistemática destrucción del aparato productivo argentino, construido durante décadas por miles de pequeños y medianos emprendedores que formaban en una verdadera burguesía nacional, la mayoría desaparecieron y alguno que otro, en su afán por sobrevivir, transformaron sus fábricas en depósitos y se convirtieron en importadores de lo que antes fabricaban.
Con el país endeudado y destruido, con una guerra perdida, una generación diezmada, una desocupación preocupante y una inflación crónica, se recupera la democracia y la república a fines de 1983.
Raúl Alfonsín asume en pleno apogeo de las ideas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher gobernando occidente. Con dignas intenciones en lo político, promoviendo el juicio a las juntas militares que acababan de abandonar el poder, trataba de consolidar las instituciones y de convencer a un pueblo, que desde 1930 venía viviendo entre gobiernos civiles y militares, que la democracia además de un sistema de gobierno es un valor en sí mismo y que su abandono tiene consecuencias literalmente trágicas.
Pero en el aspecto económico no puede avanzar. Con un país desarticulado en lo productivo, desbalanceado y endeudado en lo económico y aislado en su negociación con los acreedores, ya que su proyecto de formar un club de deudores fue enérgicamente rechazado por éstos y sin colegas en la región con el coraje necesario para secundarlo, debe arriar sus banderas y abandonar sus promesas electorales. No se reabren las fábricas, el crédito no existe, no logra impulsar la educación y la salud públicas, ni siquiera logra recuperar el nivel de vida previo a Martínez de Hoz, algo que quedaría en el imaginario colectivo como lejano recuerdo de tiempos mejores.
Sobre el final del mandato de Alfonsín, el poder económico, coordinado por el que sería el artífice del retorno explícito a los postulados de Martínez de Hoz en la siguiente década, Domingo Cavallo, produce un fenomenal golpe de mercado que genera un proceso hiperinflacionario que deja el país sumergido en una pobreza sin precedentes y lo expulsa del gobierno seis meses antes. De paso se da un mensaje claro al presidente electo, haciéndole saber dónde está el poder real en la Argentina.
Tan convincente es el mensaje que el nuevo presidente Carlos Menem, para garantizar su gobernabilidad, entrega el Ministerio de Economía a uno de los grupos económicos más poderosos de esa época: Bunge & Born.
El inicio de su mandato coincide con la mencionada caída del Muro de Berlín. Con Fukuyama declarando el “fin de las ideologías” y el consenso de Washington formalizando el nuevo liberalismo a ser aplicado a todos los países que pretendan algún tipo de pertenencia a o asistencia de los organismos multilaterales de crédito, se institucionaliza el “pensamiento único”. El debate político, el intercambio de ideas, los sueños transformadores, pasan a ser cosas absolutamente “demodé”. Impera el dicho “el que piensa…pierde!”
Y la deuda todavía sin pagar. De ahí al festival que liquidaría los bienes del estado construido con el esfuerzo de generaciones de argentinos había solo un paso.
En ese contexto, surge un joven y fresco conductor que a la medianoche de la recientemente privatizada televisión se dedica a pasar videos y “bloopers” (palabra que conocimos gracias a él) divertidos. Comienza a captar adeptos a ese formato que no requiere de autores, ni guionistas, ni actores, ni ensayos ni elaboradas producciones. Es el ideal del nuevo capitalismo salvaje que comienza a inundar a la sociedad y sus conciencias: minimizar gastos, optimizar ganancias…nace un nuevo fenómeno nacional: “Video Match”.
Sobre el campo arado por la dictadura, que disolvió sindicatos, centros de estudiantes, prohibió la política y reprimió con la tortura y la muerte cualquier tipo de activismo, incluso un simple reclamo por un boleto estudiantil, surgen las nuevas generaciones de jóvenes con nulas inquietudes políticas. Esto será la base de sustentación del “pensamiento único” reinante en la década del 90. La economía en “piloto automático” por años mientras se cerraban empresas, trepaba el desempleo, se deterioraba la educación y la salud pública, la desaparición del ferrocarril, la explotación de hidrocarburos pasando a manos privadas, mayoritariamente extranjeras y tantas otras privatizaciones como la del agua potable o aerolíneas solo se explica por la existencia de sindicatos dóciles y un pueblo desmovilizado, desinteresado, conformista y convencido de que la política había pasado de moda.
Sólo en semejante panorama se entiende el encumbramiento de un personaje tan chato, mediocre y chabacano como Marcelo Tinelli, amo absoluto del rating televisivo.
El modelo único finalmente mostró su inviabilidad y la obstinación por mantenerlo vigente no hizo otra cosa que aumentar el estrépito de su caída. El estallido de diciembre de 2001 que se llevó puesto a cuatro presidentes en una semana, puso al pueblo en la calle por primera vez en años. Todos, no ya sectores, salieron a manifestarse. Parecía que volvía la política. Fue una ilusión linda. Cuando lo peor de la crisis pasó, las asambleas barriales, que fueron la consecuencia de esa participación popular, desaparecieron con la misma velocidad con que nacieron. Pero al menos era una señal, el pueblo mostraba pulso, tenía aún capacidad de reacción.
La salida de la convertibilidad permitió al país volver a producir. Por varios años anduvimos abocados a acomodar los números. Reducir un intolerable nivel de desempleo, recomponer salarios, disfrutar por primera vez en mucho tiempo de superávit de números, dar la espalda al FMI, en una palabra, convertir a la Argentina en un país viable. Incluso prolijar algunas calamidades de los 90 como fue la Corte Suprema de Justicia. La cosa iba poniéndose interesante. En eso estábamos cuando en marzo del 2008 estalló el conflicto del campo. Fue un hecho serio que desembocó en grave por el grado de conflictividad y polarización en la opinión pública que generó.
Por primera vez en mucho tiempo, un conflicto estalla no por una crisis fáctica: un cierre de fábrica, una corrida bancaria, una devaluación, incertidumbre política, sino por un acto administrativo. Un tironeo por intereses, por plata, por utilidades.
Empezaron las discusiones, las tomas de posición, las interpretaciones, las chicanas, los medios tomando parte activa. Así, sin pensarlo demasiado, sin que nadie lo anuncie con bombos y platillos, simplemente un día estaba ahí, en medio de nosotros: la política estaba de vuelta!
Hoy es moneda corriente hablar de “correr por izquierda”, “centroderecha”, “progresismo”, “distribución de riquezas”, “modelo económico”, “sustentabilidad” y tantos otros términos olvidados durante años.
Conflictos hubo siempre. Pero conflictos con debate, con discusión, incluso con peleas e insultos, son señales de salud democrática, de sociedad viva, de posibilidad de transformación.
Dejar de hablar del FMI, de deuda externa, de riesgo país, de “stand by”, para pasar a discutir de jubilación estatal, ley de medios, matrimonio igualitario, uso de reservas y muchos otros temas que merecen aparecer es un buen síntoma de los tiempos que vivimos.
El reclamo, la protesta, la movilización, las manifestaciones son expresiones de una sociedad en transformación que trata de moldear su perfil. No es función del dirigente o del funcionario reprimir estas manifestaciones, sino interpretar y canalizar los reclamos. En mandatario es el pueblo, y las autoridades electas son mandantes del pueblo. Por esa razón, es una muestra de salud intelectual, que los jóvenes estudiantes porteños, en estos días, hayan alzado su voz con sus reclamos. Y hay que atenderlos, porque han tomado conciencia de su lugar en la sociedad, de sus derechos. En una ciudad rica como Buenos Aires, con un estado solvente, con presupuesto, no puede tener los problemas que tiene en el área de la educación pública.
Si esto es solo una manifestación esporádica, como fueron las asambleas barriales, pasará como otra anécdota urbana. Si es el renacer de un debate político entre los chicos, en los centros de estudiantes, en sus casas con los padres, en sus foros y clubes, hay una esperanza de contar con dirigentes capaces y una sociedad vigorosa en un futuro cercano. Si esto es así estaremos presenciando el principio del ocaso del conductor estrella que se mantuvo por dos décadas gracias a un público que prefiere el “no pensar”.
Esta última afirmación es algo optimista, hay que reconocerlo. Pero gracias a los optimistas el mundo avanza, no?